Lo vivido y pensado

Lo vivido y pensado

Los tres pilares en los que se asienta el trabajo del escritor son: lo vivido, lo pensado y lo sentido. Son también las tres fuentes de “las verdades”, sean estas personales, grupales o universales. Lo peor que puede ocurrirle a un hombre es “abrazar” una profesión que “no encaje” con su temperamento . Pretender ser poeta sin serlo es una ridiculez; estudiar filosofía sin vocación para las sutilezas del pensamiento, significa una frustración permanente. Y recuerda el chiste del puerco que quería ser “maromero” y preguntó al oso: ¿crees que yo podría ser un buen maromero? El oso contestó: me parece que este tipo de cosas debes preguntarlas al mono.
Algunas veces leemos al pie de artículos sobre temas filosóficos: fulano de tal, “filósofo”, como si se tratara de una profesión liberal cualquiera: abogado, ingeniero civil. Tal vez el autor del artículo posea el título de doctor en filosofía, o sea profesor de teología o de lógica. Llamarse profesor de filosofía o doctor en filosofía, es más adecuado que rotularse “filósofo”, que es un atrevimiento, una falta de respeto, una insensatez. En nuestro país acostumbramos meter gato por liebre todos los días: en el comercio, en la política, en la vida intelectual, en las “artes plásticas”. De esta clase de “inautenticidades” brota a menudo un resentimiento feroz.
Los escritores necesitan siempre lo que antes llamaban “la paz del alma”, una especie de conformidad o resignación ante la precaria valoración social de su trabajo. Esta suerte de “serenidad monacal” les ayuda a cumplir su misión literaria sin irritación. Lo vivido, lo pensado y lo sentido, concurren por igual a reforzar esa actitud mental protectora. El sentimiento de la vocación profunda es el sostén o fundamento de dicha paz. Ser escritor es algo radical e irrevocable
Pero en el mundo de la cultura conviven verdaderos escritores con puercos maromeros. Dos especies que no consiguen pastar en armonía en terrenos contiguos. El cuerpo poco flexible del puerco lo incapacita para realizar ciertas cabriolas que, en cambio, el mono practica con gran facilidad. Los maromeros de las letras no están seguros de ser aquello que, públicamente, aspiran a ser. Esa tensión engendra la fermentación espumosa que obscurece sus escritos.

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