Una sociedad desideologizada tiende a construir en el vacío las líneas fundamentales de su identidad. Por desgracia, una de las herramientas de la modernidad se constituyó en el retrato hablado de lo que somos y hacia dónde vamos. Así las redes sociales, fuente inagotable de la democratización de la información, están siendo utilizadas por un ejército de turiferarios, siempre listos en expresar su dosis de odio y frustración.
La ruta electoral será el recurso por excelencia de toda clase de dislates. Y entre enero y mayo, los dominicanos seremos testigos de la capacidad de insultar sustituyendo los argumentos claves y decentes, siempre saludables en la democracia.
Lo aterrador es no tener sentido del límite. Sin pensarlo bien, nos estamos olvidando que, después del voto popular expresado en las urnas, el país es de todos y las políticas públicas, no pueden detenerse en los colores partidarios.
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Aquí, salvo raras excepciones, nos estamos olvidando que insistir en ejercer la política desde el lodazal, abre las compuertas de los radicalismos en capacidad de producir victorias como resultado del hastío con la clase política tradicional.
Defienda su partido, hable de las virtudes y destrezas de sus candidatos, pero siempre evite la trinchera del insulto. Así, sin las históricas descalificaciones se está abonando el camino de estructurar los espacios de diálogo post electoral que tanto necesitamos como nación.
Evitar la furia argumental, ejercida desde el lodazal debe ser la aspiración de todo actor político. Al final, es el ojo ciudadano el constructor de una mayoría que, casi siempre pone distancias, de la estridencia y escasa fascinación por las propuestas con real contenido.
Pasado el tiempo y olvidándonos de sus matices autoritarios, aunque cargados de un altísimo sentido de hacer del distanciamiento ideológico pieza de insultos, los líderes referenciales tenían una profundidad y base formativa, muy distante de la actual fauna partidaria.
Ahora que el reloj electoral entra en su fase regresiva se torna indispensable apelar al buen juicio de las élites de las organizaciones con mayor potencial, conduciéndolas por los terrenos de la serenidad sin renunciar al esquema de competencia. No es que despojemos las aspiraciones del típico sazón, mantengamos silencio ante los candidatos sin ideas y creamos que la opinión inducida sirve de adorno a los nuevos mesías. No es por ahí.
Al final, lo virtuoso en la lucha política es superar al adversario en el terreno de las ideas. Y fundamentalmente, evitar el lodazal como escenario para el debate. ¡Dios nos ilumine!