SARAJEVO. Tenían uno, dos o tres hijos, y un marido. Pero Fátima, Rejha y Sabaheta perdieron a sus hombres en la matanza de Srebrenica, en Bosnia oriental, y 20 años después siguen en busca de algunos de sus cadáveres. Su soledad comenzó el 11 de julio de 1995, cuando las tropas serbias de Bosnia tomaron el control del enclave musulmán, «zona protegida» de las Naciones Unidas.
«Los obuses caían por todas partes. Había heridos, muertos en la calle. Mucha gente, mujeres, niños que intentaban huir. Los hombres y los muchachos tomaron los senderos del bosque. Nos separamos», recuerda Fátima Aljic, de 66 años y residente en Sarajevo.
Su marido y sus dos hijos se unieron a una columna de unos 15.000 hombres que iniciaron un periplo de un centenar de kilómetros para llegar al territorio controlado por las fuerzas musulmanas.
Miles de ellos no lo consiguieron. «En la confusión, no nos dijimos nada cuando nos separamos. Incapaz de decir ni una palabra, me limité a sostener al niño más pequeño en brazos», cuenta esta mujer. Acompañada por su madre, Aljic llegó hasta una base de la ONU en Potocari, cerca de Srebrenica, donde esperaban hallar refugio unas 26.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, pero también cientos de hombres.
Veinte años más tarde, este espacio alberga el memorial de la matanza en el que están enterradas más de 6.200 víctimas identificadas. Las fuerzas serbobosnias mataron a uno 8.000 hombres y niños musulmanes en espacio de unos días en julio de 1995 en Srebrenica.
Esta matanza, la peor cometida en territorio europeo desde la Segunda Guerra Mundial, fue calificada de genocidio por la justicia internacional. El 11 de julio, con motivo del 20º aniversario de la matanza,
Fátima enterrará a su hijo más joven, Dzemal, que tenía 17 años cuando lo mataron. Sus restos mortales han sido exhumados de una de las 93 fosas comunes halladas a día de hoy en los alrededores de Srebrenica.
«Lo he visto. Hay la pelvis, un pie, un brazo y una pierna. Es espantoso, triste», afirma esta madre, intentando contener las lágrimas.
-«Mamá… vete por favor.
Los restos del marido de Fátima y de otro hijo, Seval, que tenía 21 años, aparecieron en una fosa en 1996 y fueron enterrados en el memorial.
Su hijo mayor, Sabahudin, que tenía 22 años cuando desapareció en 1992, al comienzo de la guerra (1992-95), en su aldea de Dobrak, nunca apareció. Lo mismo le ocurrió al primogénito de Rejha Ademovic, Nezir, que tenía 22 años en 1995.
El benjamín de Ademovic, de 64 años, se llamaba Muamer y tenía 15 años cuando fue ejecutado. Sus restos descansan en el memorial tras ser hallado en una fosa en 2006. El sábado enterrará los de su marido, Hakija.
Los tres se fueron juntos. «Pensé que el más joven se iba a salvar porque era menor. Pero su cuerpo fue el primero que se encontró», contó Rejha en su casa de Sarajevo.
Ella se pasa los días mirando las fotografías de sus dos hijos tomadas tres meses antes de la masacre.
«No me los saco de la cabeza, a veces no duermo en toda la noche. Se fueron tan jóvenes», suspira. Rijad, el hijo de Sabaheta Fejzic, tenía 16 años cuando lo separaron de su madre frente a la base de la ONU en Potocari.
Su marido, que optó por intentar salvarse escapando por el bosque, sigue desaparecido. Sabaheta revive a diario el momento en el que los militares serbios se lo arrancaron de los brazos y lo subieron a un camión.
«Ordenaron a mi hijo que se separara de mí, hicimos como que no los habíamos escuchado. Entonces me lo arrancaron de los brazos. No podía hacer nada, eran más numerosos. Rijad se echó a llorar y sólo me dijo: ‘Mamá, vete por favor ‘».