Casi estamos en plena campaña electoral con miras a las votaciones del próximo año, las municipales de febrero y las presidenciales y legislativas de mayo. Como siempre, se trata de un período en el que todos los esfuerzos de los candidatos están dirigidos a conquistar el voto de los ciudadanos –más de ocho millones. Esta es una tarea laboriosa de inversión de muchos recursos económicos, de mucho corre-corre por todo el país, de muchas logísticas y gestiones, siempre con las estrategias de los expertos a cuestas. Concretamente, en las municipales del 18 de febrero serán elegidos 3,849 puestos. En las presidenciales y legislativas del 19 de mayo serán escogidos 264 posiciones, incluyendo la Presidencia y Vicepresidencia de la República. Sin dudas, serán unos comicios de mucha importancia para la sociedad dominicana y de gran valor para el futuro inmediato de la nación. Ante este cuadro, a este diario le interesa en esta ocasión referirse a la tentación que persigue a todo candidato a un puesto electivo, no importa su color ideológico. Nos referimos a la tentación de hacer promesas a los votantes cuyo cumplimiento se sabe, de antemano, que es imposible. Las ciencias políticas llaman a esta acción demagogia. Se cultiva el halago y el ofrecimiento para persuadir, sin intenciones de cumplir. En una sociedad con una población pobre cuantiosa y con muchas necesidades pendientes de solución, el ofrecimiento siempre encontrará oídos fáciles para la persuasión y la conquista.
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Los dominicanos conocemos bien el uso de este recurso –la demagogia— porque candidatos hemos tenido en el pasado con vocación de ofrecer el cielo y las estrellas a sabiendas que ni uno ni las otras son posibles. Como todos sabemos, si los demagogos ganan las elecciones, pocos meses después de estar en los cargos públicos llega la frustración de sus votantes porque no ven cumplidas las ofertas, y luego aterrizan la crisis y los conflictos sociales. Vamos a esperar que los candidatos alejen de su campaña la tentación demagógica.