Los cartuchos del subsidio a un tris de agotarse. Con el precio del petróleo de referencia para importarlo montado en el potro de las alzas espantado por hostilidades en Ucrania, va quedando fuera de lugar y de la capacidad fiscal el destinar gruesos recursos públicos como sacados de chistera para que los derivados sigan quedando artificialmente por debajo de los niveles que corresponden a la realidad de costos y de inflación mundial.
Con el barril del crudo tipo Brent oscilando sobre los 122 dólares, reducir los efectos de esta espiral sobre la economía, sus producciones y consumos, tiene que procurarse desde ya mismo con un ahorro forzoso a partir de medidas que desestimulen el uso excesivo de carburantes y así mover el mercado hacia la racionalidad.
La subvención para que empresas e individuos devoren carburantes es arma de doble filo porque se trata de precios aritméticamente irreales que golpean menos los bolsillos de automovilistas y presupuestos de operaciones empresariales.
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La invitación a pasarse de la raya llenando tanques de combustibles hoy circula libremente por el imaginario nacional mientras por esos chorros de baratura ficticia se están yendo, y podría irse mucho más, una porción mayor de los ingresos del fisco.
El efecto inmediato del severo desagüe es que las inversiones públicas declinan en el año 2022 con un 50% menos de capacidad estatal para dotar al país de infraestructuras, bienes y edificaciones imprescindibles para configurar un auténtico proceso de desarrollo.