POR GUIDO RIGGIO POU
En la lengua, en el habla de cada grupo humano queda fatalmente registrada su singular forma de razonar, de pensar.
Porque la lengua es la matriz donde se fragua y se plasma el pensamiento del hombre. En la lengua, en el habla de un pueblo podemos encontrar registrada la historia y la evolución de su forma singular de especular, de su forma de interpretar , de atrapar , de cazar la realidad que le rodea.
Sabemos que es tarea urgente del arte perseguir a la realidad profunda que encierra al hombre, no obstante esa realidad siempre se le escapa. El lenguaje, que es metáfora, nos conduce por el mundo a través del símbolo, pero este símbolo-lenguaje, la palabra, no es la realidad.
Veamos cómo explica Borges la inútil meta de una lengua como la nuestra, ávida y voraz, que a través de su acción desmesurada y el uso dilatado del símbolo que hace, pretende en su tarea abarcar la realidad total:
En aquel imperio, el arte de la cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una provincia. Con el tiempo, estos mapas desmesurados no satisficieron y los colegios de cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y los inviernos. En los desiertos del oeste perduran despedazadas ruinas del Mapa, habitadas por animales y por mendigos; en todo el país no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas. (JLB) .
Sin embargo, en algunos pueblos de oriente – como el japonés – la consciencia de que el lenguaje es algo artificial y convencional se mantiene viva en la memoria estructural y orgánica de su lengua, y por ende, en la memoria de sus hablantes .
Esos pueblos no pretenden elaborar un mapa del imperio del tamaño del imperio, por esto sus lenguas son menos concretas, menos específicas, menos ambiciosas en su natural manía y avidez, en su insaciable entornofagia por querer abarcar y sustituir la realidad.
Ellos no pretenden definir lo indefinible, no pretenden reproducir el entorno con un sistema simbólico, con su sistema de palabras, con su idioma. Ellos, a diferencia de nosotros, están conscientes de que con su habla jamás podrán asir la realidad, y saben que será siempre vana cualquier instancia de atraparla dentro del código del glosario de palabras y reglas que constituyen su idioma.
Pero nuestro idioma – a diferencia del japonés- nos ha conducido por un camino aun más apartado que nos coloca más distantes de aquella realidad primigenia, y se ha súper estructurado de tal forma que se ha constituido en un ente totalmente autónomo, ya tiene vida propia y ejerce su fatal poder sobre nuestra mente, sobre nuestro pensamiento.
Sin embargo el japonés como otros- desde su origen tomó un camino evolutivo distinto: sus hablantes nunca olvidaron que el lenguaje manifestado en su lengua era un mero artificio usado solo para representar y no para sustituir la realidad.
El idioma japonés nunca ha pretendido reducir la realidad, en cambio sí la sugiere; y por su forma sugerente de accionar nos deja bien en claro que no la suplanta.
Esta singular lengua asume internamente que al actuar no está reproduciendo la realidad; esto, en notable diferencia a las occidentales, que en sus propias estructuras internas asumen que -como Dios – pueden suplantarla hasta en sus más mínimos y puntuales detalles.
Con nuestra evidente adicción al lenguaje , a la capacidad simbólica que él nos proporciona y con el uso inconsciente que hacemos de él , nos alejamos cada día más del mundo pre- simbólico y opacamos crecidamente aquel entorno que, paradójicamente, pretendemos vivificar.
Nuestra lengua es en grado extremo discursiva, muy dual; la nipona, en contrario, es mucho menos concreta, debido a que en su estructura interna porta la simiente y la consciencia evolutiva de su propia condición limitada, porque es genéticamente portadora de la memoria de su propia artificialidad simbólica.
Nos habla el silencio
Tratar de comprender aquellos breves poemas japoneses llamados Haiku, no deja de ser un interesante ejercicio que nos llevará a percibir mejor la condición limitada del lenguaje.
Poder usar nuestra lengua sin transgredir el rígido mandato de su estructura simbólica interna y buscar adecuarla a la forma y a la filosofía del Haiku , tratando de respetar la salvaje realidad que pretendemos atrapar ,en un intento por alcanzar la conciencia trans- simbólica, el estado originario , no dual , otrora perdido, es indudablemente una extraordinaria e interesantísima experiencia.
Sin embargo ,para liberarnos del señorío que el lenguaje ejerce a través de nuestra lengua, debemos de tratar de conceder la palabra al silencio, buscando crear en la escritura, en la palabra , una atmósfera de reflexión donde el espíritu del lector se expanda y se deleite, donde se esté más cerca de la meditación y del contacto con el entorno vivo ,que de la aplastante retórica artificial a la que estamos acostumbrados los escritores de occidente, nosotros los que vivimos fascinados por la hechizante naturaleza simbólica del lenguaje.
Quizás cabalgando en el ámbito de quietud que nos proporciona el Haiku, liberados parcialmente de la esclavitud que ejerce el símbolo, alcanzaremos a penetrar en las cavernas de nuestro pensamiento para observar la forma peculiar con que el lenguaje subyugante, a través de nuestra lengua, ha ordenado nuestro mundo en torno al símbolo.
Así, quizás logremos ver alguna luz que permita liberarnos de la sujeción despótica que sobre nosotros ejerce el lenguaje.
El Haiku, ese Bonsái poético, es cautivante por su brevedad, por su apretado contenido, por su economía lingüística, su orfandad retórica, su desnudez, su sobriedad, su irreductibilidad y principalmente por el estado intuitivo en que nos sumerge al permitir que el silencio hable sugerentemente de la inefable realidad que nos circunda.
Allí el lenguaje – la lengua- está pleno de humildad, despojado de su arrogancia, de su engreimiento, pleno de la consciencia de su propia condición y naturaleza limitadas. El Haiku con sus 17 sílabas y su estética taoísta y zen, constituye un gran desafío para el escritor occidental ya acostumbrado a la retórica. Allí poesía y síntesis allí caminan muy aferradas de la mano.
El haiku nos induce a meditar profundamente en la naturaleza del lenguaje, nos muestra la posibilidad de liberarnos del pensamiento-lenguaje que nos somete. Sólo advirtiendo estas cuestiones podremos darle paso honorablemente a aquella maltratada realidad que tratamos de vivificar en el papel, en la escritura.