No se observa ningún accionar, febril y ruidoso, como suelen hacerlo algunos organismos internacionales, respecto a los refugios que probablemente se necesitarán en Haití cuando empiecen los enfrentamientos de los soldados de la ONU y las guerrillas locales que se declaran en actitud de rechazo.
Una señora de apellido Fiallo explicaba la perfecta factibilidad de ir preparando lugares de refugio para los propios haitianos en zonas alejadas de Puerto Príncipe y otros donde posiblemente se escenificarían los enfrentamientos. Refugios perfectamente seguros, en áreas fértiles cercanas a nuestra frontera, desde donde todos podemos ayudar a los que requieran ayuda y protección.
El mundo civilizado debe recordar (¡enterarse!) que somos un país occidental normal, con idioma, religión y cultura occidental muy definidas; pero al mismo tiempo, incapaces de manejar refugiados con otras costumbres, idiomas o variantes idiomáticas, que en este caso incluyen canibalismo, hechicería y otras absolutamente distintas y contrarias a nuestra cultura hispano-latina.
Puede leer: Por qué no quieren mujeres gobernantes
Y que conste a los malintencionados, amorales, inmorales y perversos de alguna organización o agrupación, internacional o apátrida, que los dominicanos estamos muy dispuestos a defender nuestros valores y nuestro territorio a como dé lugar.
Por su parte, el Gobierno dominicano debe ponerse aún más claro con respecto a nuestras condiciones y requerimientos. Porque también debe saber ese mundo civilizado que los dominicanos nos llevamos razonablemente bien con los haitianos, y nunca, personalmente, he visto a un dominicano tratando con desprecio a un haitiano, ni tampoco maltratándolo, y muchísimo menos aún, discriminándolo por ser negro; aunque sí, por ser pobre, no tener aspecto decente, ni estar en condiciones de higiene adecuadas, o cosas de ese tenor, por las cuales cualquier persona es discriminada en todo el mundo civilizado y lugares adyacentes.
Hay que tener muy claro, que los dominicanos sí podemos y sí queremos, de todo corazón y con sacrificio ayudar a nuestros vecinos haitianos. Empezando por los que ya viven aquí, de modo, si no legal, al menos de manera entendible y aceptable. Porque es principio y costumbre de aún los no creyentes en Cristo, que tales somos la absoluta mayoría de los dominicanos. Y también, desde luego, por razones de paz y seguridad nacional, y por conveniencias prácticas, de intereses económicos, empresariales y comerciales.
Ojalá no tengamos que acudir a manifestaciones ni actos de repudio ni nada parecido, en los que, sin proponérnoslo, resulten también victimas los que desde agrupaciones cobijadas por pseudo apoyo de gobiernos a los cuales no se les ha consultado, como tampoco a sus respectivos ciudadanos; las que osen servirse de sus renombradas y respetadas investiduras, o de sus púlpitos y auditorios sobre privilegiados, para escandalizar ni hostigar a países como el nuestro, que con gran dificultad luchamos contra el atraso y la violencia y la corrupción, precisamente de organismos propios y ajenos.
Los agentes de esos respetados organismos podrán prestar ayuda a los haitianos sin correr riesgos de importancia. Y hasta tener solaz y reposo programáticos en RD, y hasta disfrutar alguna hermosa playa de Monte Cristi o Pedernales.