Roma. Más allá de la Basílica de San Pedro, símbolo por excelencia del cristianismo, Roma esconde lugares de culto que incluyen catacumbas, antiguas iglesias clandestinas y el propio Coliseo, recuerdo de las persecuciones de los primeros cristianos. La ciudad capitolina cobija itinerarios desconocidos y lugares ocultos a los miles de turistas llegados de todo el mundo a Roma y el Vaticano para celebrar la Semana Santa, con el mayor misterio en los kilométricos cementerios que encierran las catacumbas.
Aunque solo hay cinco abiertas al público, Roma se erige sobre sesenta catacumbas y millares de tumbas donde fueron sepultados los primeros seguidores de Cristo cuando, en los siglos I y II, las leyes romanas prohibían enterrar a los muertos dentro de la ciudad.
Por motivos sanitarios, los fallecidos eran incinerados, pero los cristianos rechazaban esta costumbre pagana y crearon estos cementerios bajo tierra, con infinidad de galerías subterráneas, para posibilitar la resurrección de sus almas.
Son estrechas galerías subterráneas con varias filas de nichos rectangulares en los que se colocaron los cadáveres envueltos en sábanas con lejía y encerrados en lápidas de mármol o barro cocido, sobre las que aparecía un símbolo cristiano, prohibido por entonces.
Además de estos cementerios subterráneos, Roma alberga pequeñas iglesias domésticas y antiguos centros clandestinos que presenciaron la proliferación de la fe cristiana, además de pequeños escenarios donde la Iglesia afirma que ocurrieron milagros. Entre los más antiguos están las galerías de la Basílica de San Martino ai Monti, uno de los primeros centros de reunión de los cristianos en el siglo III y que posteriormente acogió los sínodos de la Iglesia Católica en los años 499 y 595.
Algo más conocida entre los turistas es la Basílica de San Clemente, apreciada por sus 2.000 años de historia y por los frescos y mosaicos que esconde este templo, construido en varios pisos y con un recorrido por distintos periodos históricos y artísticos.
Hay, también, restos de pequeños altares que gente anónima construyó en sus casas cuando el cristianismo era perseguido, como el que una rica señora dedicó a san Lorenzo en su casa del centro de Roma en los primeros siglos después de Cristo o el que Vestina, una viuda, construyó para rezar a san Vitale.
Escondido también está el Santuario de Nuestra Señora del Arco, el más pequeño de la ciudad, que alberga una pintura de la Virgen María que, según afirmó en 1796 la Iglesia católica, vivió el milagro de que se le movieron los ojos. Otro milagro vivió la pequeña “Lourdes” de Roma, la Iglesia de Santa María in Via, a la que acuden los peregrinos para beber de su fuente y que en 1526 conservó de manera inexplicable la pintura de Nuestra Señora del Bien tras unas inundaciones que devastaron la ciudad.
También vivió un misterio la Iglesia de Santa Pudenziana, una de las más antiguas de la capital y donde se puede ver la huella de la mancha de sangre que en 1610 dejó una ostia que cayó de las manos de un sacerdote que dudaba de la presencia real de Jesús en el sacramento de la Eucaristía.
El Coliseo, el más grande e imponente anfiteatro romano, es el lugar junto al cual el papa Francisco celebrará el viernes el Vía Crucis y recordará las etapas y momentos vividos por Jesús desde el momento en que fue aprehendido hasta su crucifixión y sepultura. Aunque los historiadores tienen dudas acerca de la veracidad de que en el Coliseo mártires cristianos fueran devorados por los leones, el famoso anfiteatro Flavio recordará de manera simbólica los sufrimientos de los primeros cristianos.
Una conmemoración que fue instaurada en 1741 por el papa Benedicto XIV y que, tras décadas de olvido, volvió a celebrarse en 1925 en un escenario poco habituado a las celebraciones religiosas.