Para poder hablar con propiedad sobre la gran escalada que ha tenido el deporte en el mundo contemporáneo, hay que conocer el papel clave que ha jugado un grupo de ciencias aplicadas a esa actividad, sin cuyos aportes no hubiese sido posible el nivel de desarrollo alcanzado por la vertiente de la alta competición, y los beneficios que reporta al deporte popular.
Tradicionalmente ha sido la medicina deportiva, el eje fundamental en torno al cual se han integrado otras disciplinas como la psicología, la biomecánica, la biología, la nutrición, la sociología, la física, las matemáticas, entre otras.
La aplicación de estas ciencias para mejorar los resultados deportivos y la salud, ha tenido su apogeo en las últimas décadas; su principal interés se ha centrado en mejorar el rendimiento y condiciones de los atletas de élite, modalidad que además cuenta con el respaldo de la gran publicidad y el mercado.
Gracias a una nueva corriente vanguardista y abierta, estos conocimientos científicos y tecnológicos han comenzado a ser más utilizados en favor de personas que se desenvuelven en programas que impulsa la dinámica recreativa y de salud.
Las ideas sobre la actividad física humana, es decir sobre el hombre kinético, data de la antigüedad. Se habla de Heródico, un atleta contemporáneo de Platón, que abandonó la práctica deportiva y se dedicó a la medicina, que según Plinio, llegó a crear un método: la gimnasia curativa.
En la misma línea de afirmación de lo físico como raíz del vitalismo humano, se destacaron las doctrinas médicas de Hipócrates y Galeno, para quienes la salud estaba estrechamente ligada al ejercicio físico.
La Guerra Fría envolvió al deporte contemporáneo en una febril vorágine ideológica que se libró con mayor tenacidad a partir de la década del 60 entre los bloques Este-Oeste. El primero integrado por los principales países capitalistas occidentales encabezados por los Estados Unidos, y el segundo, compuesto por los más influyentes regímenes comunistas, liderados por la Unión Soviética.
Durante varias décadas se mantuvo una fuerte competencia entre ambos bloques por la supremacía deportiva, en procura de demostrar cuál de los dos sistemas formaba seres con superiores destrezas atléticas. El escenario fueron los Juegos Olímpicos cada cuatro años, una confrontación que se diluyó con la caída del bloque oeste a finales de la década de los 80.
El desafío contribuyó con el impulso de las ciencias aplicadas al deporte, bajo la motivación de ofrecerles la mejor preparación a sus atletas en la competición agónica que se libraba en el magno certamen.
De esta forma el deporte de alto nivel no sólo logro un mayor nivel de especialización técnica y profesional, sino una inversión de recursos económicos sin precedentes. También se desarrollaron programas de búsqueda de talentos deportivos.
Aparte de la URSS y Estados Unidos, que se alternaban como líderes de los primeros lugares, uno de los países que alcanzó mayores éxitos fue la República Democrática Alemana (Alemania del Este). Su sistemático programa de ciencias aplicadas al deporte llevó a ese régimen a ocupar el segundo lugar en los Juegos Invernales de 1972 en Sapporo, y el tercer lugar en los Juegos de Verano de Munich en 1972. En los Juegos de Montreal de 1976, donde los soviéticos conquistaron el primer lugar, la Alemania del Este quedó en el segundo lugar, superando a los Estados Unidos que ocupó el tercer lugar.
Las ciencias aplicadas al deporte han continuado en la actualidad su rol estelar en beneficio del estado físico y psicológico de los pueblos avanzados en cualquier nivel del desarrollo deportivo. Un ejemplo que deben seguir las sociedades en vías de desarrollo para que estos conocimientos sean usufructuados por los deportistas tanto en el ámbito competitivo, como para los que persiguen mejores condiciones de salud física y mental.