Era una de las calles más encantadoras del sector “La Julia”. Pequeña, acogedora, parecía un paisaje, un cuadro, una obra de arte con las pequeñas flores blancas de sus robustos robles, cayendo como lluvia de nieve.
En la gran rotonda alfombrada de hierba, encontraban descanso y entretenimiento niños del área que jugaban con libertad en ese remanso, vigilados por sus padres o nanas porque esa vía fue, hasta entrados los 90, sumamente tranquila, callada, discreta, bella, sin otro tránsito que no fuera el de los propietarios y habitantes de las hermosas residencias edificadas en ella.
Desde fuera, los escasos transeúntes se maravillaban al apreciar las majestuosas e inmensas viviendas, algunas de dos niveles, con ensoñadores balcones blancos y jardines multicolores, algunas con puertas de hierro forjado, tan originales y hermosas, que cuando vinieron las remodelaciones y demoliciones una dama que observaba los trabajos exclamó: ¡Por favor, cuiden esa pieza, no la boten! Los miradores eran como de películas románticas, en ellos los dueños recibían, en amenas charlas, el descanso vespertino.
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Hoy todo ese encanto se transformó en ladrillos, varillas, fundas de cemento, excavadoras, mandarria, agitados hombres de la construcción protegidos por cascos y chalecos lumínicos. Y ha sido esa la cotidianidad en los últimos años. Además, la mayoría de esas singulares viviendas, hoy son aulas u oficinas.
La vía es parte de las tierras que fueron propiedad de la insigne educadora Julia Madsen, expropietaria del colegio La Milagrosa, y que tiene una calle con su nombre en las cercanías.
Allí se instalaron estirpes muy prestigiosas, apreciadas, con alto concepto del buen vivir, importantes en la sociedad, influyentes, acomodadas, algunas adineradas.
Vivieron en ella el distinguido banquero don Alejandro Grullón y su familia; el insigne intelectual, poeta, historiador y exjuez de la Junta Central Electoral, Rubén Suro; la reconocida cronista social Susana Morillo.
Tanto Suro como Morillo vivían en esta calle con avenida Sarasota. En la de doña Susana, aún no totalmente derribada, con su gran verja de piedras naturales, funcionó el estudio fotográfico de su hijo Héctor Báez. El inmueble de Suro desapareció y desde hace años, en la mansión ya demolida se trabaja en una construcción.
En el tramo con esquina avenida Bolívar, residieron en impresionante casa, don Máximo Pellerano, reconocido empresario de la comunicación y los seguros, junto a sus hijos y esposa. Su residencia fue una de las primeras donaciones del sector a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, en una época en que el terreno estuvo valorado en 16 millones de pesos. Ahí se construyó el edificio de posgrado de la alta casa de estudios.
Los Robles de hoy
Parte de ese original encanto fue desapareciendo en la medida en que la academia fue adquiriendo viviendas para llenar sus necesidades de estacionamiento y edificios para sus clases de maestría y posgrado. También han sido adquiridas para el funcionamiento de negocios de otra índole. Emigraron casi todos los habitantes originales. Las aceras se mantenían ocupadas por vehículos de estudiantes, antes de que se construyeran sus enormes parqueos.
Los pocos vecinos que quedaban se quejaban constantemente porque les bloqueaban el acceso a sus viviendas, situación ya superada.
Quedan sin tocar una o dos casas, y como no se ha derribado el indomable roble mayor, todavía ese pequeño parquecito parece una pintura, con la pródiga sombra del sublime árbol, porque es conocida su longevidad. Si no es derribado, no se cae hasta en dos siglos. Solo queda él como un símbolo de lo que fue “Los Robles”.
Cuando este imponente roble siempre verde deja caer, como en cascadas, las florecitas que parecen bordar la inmensa alfombra -un mullido colchón para tumbarse en busca de reposo-, los que conocieron el acogedor arbusto de los 70 quisieran detenerse bajo su sombra a soñar, a dormir, descansar, evocar tiempos mejores.
La calle
El 28 de junio de 1972, mediante la resolución número 24/72, el Ayuntamiento del Distrito Nacional consideró que “la actual calle sin nombre comprendida entre las avenidas Sarasota y Bolívar de esta ciudad ha sido ornamentada por sus moradores con árboles de roble, circunstancia esta que le da cierta peculiaridad, hasta tal punto que popularmente se conoce como Calle de Los Robles”, decidió designar la vía con el nombre de “Los Robles”.