Los Saudís, que en sus suelos guardan 18% de las reservas probadas mundiales de crudo y que al mismo tiempo producen 13% de la producción mundial, desde hace tiempo, manipulan los precios del petróleo según sea su conveniencia coyuntural.
Ahora se da el caso, que juegan a la baja. Por eso, la semana pasada en la reunión de Viena no permitieron que la docena de países que constituyen el cartel de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), donde ellos son los fuertes, redujera su producción de 30 millones de barriles diarios que es su producción actual. Ellos tienen suficiente dinero en efectivo en los bancos y consecuentemente pueden asimilar precios bajos, otros miembros del cartel no tanto.
La precipitada caída de los precios del petróleo desde junio, de 115 dólares el barril del crudo de referencia europeo (Brent), hasta 71 dólares en noviembre, debería ser vista como una buena noticia económica, tanto para los países industriales en general, como los países importadores por igual. Los ahorros en esos países, disminuirán los costos de la producción nacional, y como consecuencia, esos ahorros se podrían emplear en impulsar otras actividades económicas.
Esa aseveración hay que tomarla con pinzas, ya que necesariamente no es correcta. La caída de los precios del petróleo, podría acentuar el riesgo de que la economía mundial se sumerja en una deflación que deprima todavía más las perspectivas de recuperación.
El problema no es fácil de entender, no se espera que la demanda crezca mucho, pero tampoco se espera que disminuya. Así pues, el problema no es la demanda, sino la oferta que ha venido creciendo en los últimos meses. Por dos años consecutivos, los 12 países que agrupa el cartel de OPEP- producen 43% de la producción mundial y 51% de las exportaciones del planeta- habían disminuido su producción para compensar así los aumentos en la extracción de crudo por parte de los países fuera de OPEP y mantener así un precio alrededor de los 100 dólares el barril.
Los países fuera de OPEP, como Rusia, México y otros con tecnologías de aguas profundas, así como EE. UU. con su objetivo de autonomía energética -gracias a la tecnología de fracking- han producido suficiente para que los países OPEP tengan que buscar otros mercados reducidos, fundamentalmente asiáticos.
Para mantener su posición de líder mundial del mercado de crudo, el objetivo principal de Arabia Saudita es “dificultar” que las fuentes no convencionales avancen. Y esto no es un invento, es un asunto de política pública. De hecho, la Saudí Gazette publicó hace exactamente un año, un editorial donde reclamaba entre otras cosas que “su país debería aumentar su producción hasta que el precio se cayera por debajo de 70 dólares para hacer desaparecer el auge de la fractura hidráulica (fracking)”.
Sin embargo, EE. UU. se muestra tranquilo por dos razones, primero, pueden soportar precios bajos aumentado la producción doméstica – que de hecho la han aumentado 70% en 5 años – y segundo, existen consideraciones geopolíticas duras favorables para los EE UU de esa acción de los Saudís. Esa disminución de precios, afecta a tres países que se destacan por obstruir las acciones políticas norteamericanas en el plano internacional, Rusia, Irán y Venezuela. De hecho, las monedas de esos tres países se han caído estrepitosamente afectando las cuentas nacionales de los tres.
Por ejemplo, el estado venezolano, que el 96% de sus ingresos provienen de sus ventas de petróleo hasta sus cuentas por cobrar las están vendiendo – dicen que hasta con un descuentos de casi 60% – para cubrir sus adeudos más apremiantes.
Mientras tanto, los países pequeños como nosotros debemos sentirnos
aliviados y debemos alentar – y rezar también – que dure ese pleito de
dioses en las alturas. Pues si el precio baja, tomamos un descanso y
alivio para nuestros sufridos bolsillos.