En la 78 Feria de Libro de Madrid 2019, fue puesto a circular un nuevo libro del poeta dominicano José Mármol, titulado Sobre Posmodernidad,identidad y poder digital.Las nuevas estrategias de vida y sus angustias. Hoy/Fuente Externa 25/6/19
En un acto celebrado en el marco de la 78 Feria Internacional del libro de Madrid, dedicada a República Dominicana, bajo los auspicios del embajador dominicano en España, Olivo Rodríguez Huertas, se puso a circular el libro “Yo, la isla divida”, del destacado poeta José Mármol (Santo Domingo, 1960).
La poesía de José Mármol, sobre todo la concebida a partir de sus libros Torrente sanguíneo (2007, Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña) y Lenguaje del mar (2012, Premio Casa de América de Poesía Americana), ha creado un espacio que aspira a cantar las cosas más elementales y sencillas, forjando un universo cotidiano de seres que se entregan, y también renuncian, al amor, al goce, la exuberancia, la pobreza, la pena y la alegría. Opulencia y celebración estéticas: el mundo vivido como un reino simbólico. Este sentimiento puede ser síntoma de un exilio, pero, paradójicamente, en lo paradisíaco y maravilloso. Juego amoroso hasta el delirio, atravesando el desgarramiento, la errancia y la muerte.
Dotado de un vigoroso lirismo espiritual, este libro se identifica con la poética del pensar, que es al mismo tiempo, poética del existir, porque se explora y da cuenta de lo que encuentra o pierde, lo que construye y deconstruye, y lo hace con una osadía formal pareja a la audacia de las emociones más hondas, a través de un lenguaje terso, sensual.
Yo, la isla dividida(Editora Visor, Madrid, España, 2019) es un despojo instintual de todos los sentidos. Lo que Mármol procura en estos poemas es regresar a una relación simbólica con el imaginario caribeño, teniendo de trasfondo el decorado alegórico de los densos flujos del mar, bajo la luz del trópico.
Entre Mármol y su escritura, como entre su escritura y el paisaje caribeño, hay una relación que trasciende cualquier afán de lirismo. Dentro de ese sonoro mundo donde todo sucede absurdamente, el poeta enciende una inteligencia mitológica que a fuerza de intimidad alcanza la del lector. No sólo por la recurrencia del sabor de su caldo primigenio, una suerte de humus de lo cotidiano, que algo tiene de místico; no sólo por su enervante vocabulario o su energía erógena, sino porque el canto creativo templa su eficiencia en el respeto a la gran tradición poética del simbolismo francés.
El vigor, la fantasía y la desmesura de este mundo tropical radica en una contradictoria convivencia entre la pérdida y el deseo, entre la infancia ausente y el sedimento adánico. Pero ese vigor rebasa el simple impulso del sentimiento para hacer coexistir, en la atemporalidad siempre alucinada de la gran poesía, una superior conciencia de la vida como ritmo de pérdida y sustituciones, de expresión y creación.
Quizá parte de la fuerza erótica que transmiten estos textos se deriva de una sensación de pérdida y extravío que domina al poeta y lo obliga a buscarse incesantemente en las palabras, como si fueran señales, semejantes a oráculos, a las que hubiera que atender para comprender lo que le está sucediendo espiritualmente. Su gran dominio del verso parece remitirnos a una necesidad muy grande de que el lenguaje sea un transcurso que lo abrace y lo lleve en una dirección ontológicamente profunda.
La soledad en la poesía de Mármol cobra así un matiz distinto, no es la de los poetas místicos, en la que ellos se resguardan, se recogen del mundo; tampoco la de quien huye de la agitación de las ciudades pero en cierto modo sigue en ellas. Es una soledad que paradójicamente quiere encontrarse con el mundo y los otros, sin extraviarse ni pasar inadvertido. Es mirada con dramatismo, porque para el poeta es ante todo la conciencia de nuestra gran fragilidad individual. Y es a su vez un duro cuestionamiento de todos esos vínculos que damos por sentados sobre la base de nuestra naturaleza biológica o nuestra cultura religiosa, y que nos hacen suponer que sentirse solo es ilusorio, pues venimos ligados de antemano o hay algo superior que nos une.
Para el poeta dominicano, JoséMármol, la soledad es la realidad que nos define y es inherente a la naturaleza humana, pues nuestra mente necesita trazar una división con el mundo y con los otros para poner los límites de la propia memoria y del tiempo personal. No podemos recuperar nada si no pretendemos que nos alejamos. Muchos de sus poemas empiezan entonces con una mirada al paisaje, que parece silenciar deliberadamente el lenguaje y el bullicio con el que el mundo se nos presenta. Esta primera mirada de muchos poemas es equiparable al silencio con el que suele empezar una pieza musical, pero en su caso marca la soledad desde la que escribe. Y en sus poemas más extensos, e incluso los eróticos, logran transmitir esta soledad a su voz, dando una sensación de vértigo, que realza la insignificancia del ser humano individual, haciéndola, por contraste, desgarrante.
“Yo, como la isla, rodeado de ti por todas partes. Apagado. Compungido. A la sombra. Mientras tu rayo esplende como el aura temprana. Me acomodo en el último pasillo del ocaso, Me contento con ser de la música el vacío…”
Al exponer su soledad como principio básico, elude cualquier andamiaje retórico ajeno, cualquier religiosidad; no se eleva sobre las palabras dichas anteriormente por él o alguien más, sino que intenta sumarse a la tradición, al mundo al que pertenece, pronunciando de nuevo, a su manera particular, unas palabras semejantes a las de los otros, que confirman sus huellas. Porque para Mármol, hacer esto desde el vértigo y la desnudez de la soledad, es lo esencial de la poesía. Únicamente así se expresa la plenitud humana.
En este libroYo, la isla dividida, donde el poeta emprende conscientemente la tarea de buscarse y atestiguar con el lenguaje que todos compartimos, hecho de las formas con que hablamos, escribimos y conversamos: monólogos, confesiones, declaraciones amorosas, insinuaciones, quejas de dolor, indagaciones en la propia historia, reflexiones, prosas y parlamentos, en su manera de andar por el lenguaje parece suponer que hay un suelo común que todos pisamos, aunque no nos demos cuenta. Y entonces sus poemas se paran muchas veces sobre ese suelo como un escenario, para emprender monólogos o decir los diálogos de una obra donde atisbamos el dolor del otro.
El hecho de que el vínculo con el mundo a través de las vivencias presentes se le vuelva inasible, obliga al poeta a recurrir a un lenguaje que nunca se detiene a contemplar ni a recordar, sino que siempre está en acción, evocando memorias que no se vuelven del todo explícitas: avanza y retrocede en el tiempo, se pregunta y se responde, duda y afirma, niega, canta, llora, ríe, se pone a pensar. Es una poesía en perpetuo estado de construcción, que no llega casi nunca a un lugar, a un recuerdo, a un hecho específico, sino que es testimonio de un trasiego, de un ir y venir sin poder casi detenerse. Es una poesía en gran medida de acción espiritual y de interpretación, no de contemplación. Y por eso su voz, o sus múltiples voces, se vuelven, en muchos casos, dramáticas.
Con este libro,José Mármol sale al encuentro de las tensiones espirituales, las asume activamente para ver adonde lo llevan o si lo llevan adonde pretendía ir. Aquí hay una clara intención de ir hacia el pasado, hacia el origen, a través de una memoria espiritual difusa, dispersa y desgarrada.