Lugar y uso del entendimiento en la oración

Lugar y uso del entendimiento en la oración

Joaquín Disla

Entre las tantas cosas que Jesús enseñó a sus discípulos estuvo la de la necesidad de orar. Esta enseñanza fue respaldada con su propio ejemplo. En él había coherencia: era un hombre de oración.

En los evangelios se registran las tantas veces que se apartaba para orar a solas con el Padre. En una ocasión uno de los discípulos le pide que le enseñe a orar (Lucas 11:1). También el apóstol Pablo supo aquilatar la profundidad, la importancia y el peso de la oración en la vida de los creyentes. A los Tesalonicenses les escribió: ‘Oren si cesar’ (1 Ts.5:17). Así que, podemos decir sin temor a equivocarnos, que la vida del cristiano/a es inconcebible sin la vida de oración.

La forma más sencilla en que se ha definido la oración es la siguiente: ‘Orar es hablar con Dios’. Y sobre este ‘hablar’ con Dios se ha hablado, predicado y escrito muchísimo; aun así el tema de la oración no se agota. ¡Qué bueno que ha sido así! para que ningún ser humano se apropie de una realidad que solo está en las manos de Dios, porque al fin y al cabo ese diálogo es con Él.

No obstante, desde el punto de vista estrictamente humano, la oración como diálogo implica nuestra participación activa. Para Dios, nosotros no somos títeres ni marionetas: Somos su creación. Y como se señala en el texto ‘Él nos hizo a su imagen y semejanza’ (Génesis 1:26a).

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Esta participación activa de nuestra parte digamos que le pone un ‘toque especial’ a la experiencia sinigual y singular de la oración. Me voy a referir a lo que aparece registrado en 1 Corintios 14:14-15. El apóstol Pablo escribe: “Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento”. Me cautiva, me seduce, me llama poderosamente la atención el énfasis que le pone el Apóstol a la palabra ‘entendimiento’.

Si algo distingue a la especie humana de las demás especies también creadas por Dios es que ha sido dotada de entendimiento. La doctora Rita Levi-Montalcini (Turín, 22 de abril de 1909-Roma, 30 de diciembre de 2012) fue una neuróloga italiana (ascendencia judía), y en 1986 obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por sus trabajos sobre cómo crecen y se renuevan las células del sistema nervioso. Le llamó: Factor de Crecimiento Nervioso. En una entrevista que le realizaran en el 2005 dijo lo siguiente: “La razón es hija de la imperfección. En los invertebrados todo está programado: son perfectos. ¡Nosotros no! Y, al ser imperfectos, hemos recurrido a la razón, a los valores éticos…”. Escribió un libro que tituló “Elogio a la imperfección”.

Muchos siglos atrás un Salmo (32:8-9) recoge la experiencia de David vinculada con este tema y con Dios. Escribe: El Señor dice: ‘Te guiaré por el mejor sendero para tu vida; te aconsejaré y velaré por ti. No seas como el mulo o el caballo, que no tienen entendimiento, que necesitan un freno y una brida para mantenerse controlados’.

Así que, tanto desde el punto de vista fisiológico como desde el punto de vista existencial-espiritual, el entendimiento ocupa un lugar privilegiado en nosotros los seres humanos.

Pero junto con el lugar que ocupa el entendimiento en la especie humana, también está el uso que hacemos de él. Si el Creador nos ha dotado con este don-recurso, entonces lo menos que podemos hacer es usarlo de acuerdo a la capacidad que se nos ha dado. No hacer uso de él es caer en la categoría de parecernos al mulo o al caballo. A ellos Dios no les pedirá que rindan cuentas, a nosotros sí.

¿Cuál es entonces el vínculo que existe entre el entendimiento y la oración? ¿Por qué Pablo enfatiza que se ore con lo uno (el espíritu), pero también con lo otro (el entendimiento)? ¿Por qué los cristianos/as de esta generación tenemos la inclinación a solo querer orar con el espíritu, según mi apreciación?

He aquí mis observaciones:

  1. Usar el entendimiento (el discernimiento, la mente) es la plena confirmación de que Dios se alegra y se deleita en darnos una libre participación en aquello por lo cual oramos. Si puso ese don-recurso en nosotros es para que lo usemos, no es un adorno ni un accesorio. A través del uso del entendimiento nos convierte en sus colaboradores.
  2. La respuesta que Él da a nuestras oraciones nos llega, la gran mayoría de veces, a través del uso de ese don-recurso, aunque a veces nos tome tiempo entenderla.
  3. Usar el entendimiento nos ayuda a identificar, conocer y analizar la situación, tema o motivo de oración. Así mismo, nos permite, evaluar y prever las posibles consecuencias y sus impactos que se podrían producir sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el propósito que Dios quiere llevar a cabo.
  4. Usar el entendimiento nos convierte inexorablemente en seres responsables; es decir, que tenemos que dar respuesta por aquello que se deriva de nuestra participación en la oración.

Creo que en este último punto está la base del porqué nos da tanta brega y en muchos casos rehuimos el orar con el entendimiento. Cuando oramos solo con el espíritu, la responsabilidad total hacemos que recaiga sobre Dios; cuando oramos con el espíritu y el entendimiento nos involucramos y no tenemos escapatoria.

Desde nuestros primeros padres vemos al ser humano huyendo de su responsabilidad. Es el mismo diálogo entre Dios y sus criaturas aunque se presente en contextos diferentes. Uno fue en el Edén, el otro en la Iglesia de Corinto, el otro en la intimidad de nuestro ser con nuestro Creador.

Nótese que la postura de Pablo es muy equilibrada: con uno y con lo otro. Tomar solo uno de los dos es desbalance y todo desbalance es peligroso.

El uso del entendimiento en nuestras oraciones no tiene por qué causarnos miedo, ansiedad, culpa o vergüenza. Todo lo contrario, es honrar a nuestro Creador y agradecerle por habernos dado ese don-recurso que en ningún otro ser creado lo puso.

Usar el entendimiento es una gran bendición; es también, una gran responsabilidad. La una y la otra proceden del mismo Creador.