Luiz Inácio Lula da Silva asume mañana domingo la presidencia de Brasil en medio de grandes expectativas, con el anuncio previo de sus 37 ministros (hay 11 mujeres en la lista) que le acompañarán, y el descontento de grupos ultraderechistas que no reconocen su triunfo, y se identifican con el presidente saliente Jair Bolsonaro.
El antiguo obrero metalúrgico y candidato del Partido de los Trabajadores (PT), quien ya estuvo en el poder entre 2003 y 2010, y luego fue a parar a la cárcel con un expediente de corrupción, derrotó el pasado 30 de octubre en una segunda vuelta a Bolsonaro por un 1.8 por ciento de los votos. En la contienda Lula logró el 50.9 de los votos, Bolsonaro el 49.1. Desde esa fecha, el actual mandatario ha sido parco, y no se sabe si es valor o qué lo que le ha faltado para hablarle claro a sus seguidores y admitir públicamente la derrota. El hombre ha adoptado por el mutismo.
En las últimas semanas los “manifestantes pro-bolsonaristas” atacaron sedes de la Policía, dieron candela a autos y se han atrincherado frente al cuartel del Ejército en Brasilia, de donde suplican y “hasta hacen oraciones” para que las Fuerzas Armadas respalden a Bolsonaro y consuma un golpe que barra la democracia y aleje a Lula del Planalto. Pero los uniformados no han picado el anzuelo y siguen firme a la Constitución.
Lula, que ya anunció a Marina Silva para Medio Ambiente, una ecologista consagrada, ha de tener tacto y cuidado pues se enfrenta a un Brasil partido en dos. Debe unir al gigante sudamericano y esa misión no es fácil.