Cuando el dominicano dice que en la capital es donde se hacen los cheques, está observando con una expresión proveniente del habla popular que en este territorio del país –ahora zona o región metropolitana- está el progreso, porque se mueve el peso. Esta es una realidad vieja que ha dejado unos frutos no siempre positivos. En la República Dominicana no tenemos un desarrollo regional equitativo, lo que explica una macrocefalia económica, poblacional y cultural. Lo podemos verificar con una observación simple. La región metropolitana, ahora la sumatoria de la capital de la República y la provincia Santo Domingo, exhibe un crecimiento urbano que no se ve en ningún otro lugar del país; aquí están casi todos los medios de comunicación, los grandes edificios, las avenidas superbas, las mayores universidades, los mayores puertos, los mejores y más amplios hospitales públicos, las principales sedes de las religiones y el centro político por excelencia.
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Este fenómeno no es hijo del azar. Ha habido, desde tiempos inmemoriales, la decisión política y económica de hacer de esta región el centro de la nación. Esta decisión no tuviera rasgos negativos si la misma hubiera sido más racional y equitativa, si hubiera tomado en cuenta las otras zonas, las otras regiones. Si hubiera sido así, probablemente el sur hubiera estado en mejores condiciones socio-económicas, la zona fronteriza por igual y las regiones norte y este. Pero la concentración de la hoy región metropolitana se comió el resto del territorio. Se chupó los beneficios derivados de las labores productivas del Sur, el Este y el Norte.
Detrás de esta concentración dirigida del progreso llegaron las migraciones internas con las consiguientes demandas de servicios y hoy la macrocefalia metropolitana es también un macrocaos. Nada es espontáneo en esta vida.