Nuestra sociedad ensalza la idea de la maternidad, celebrando el amor y el sacrificio de las madres en abstracto, pero al mismo tiempo, falla en proporcionar las condiciones necesarias para que las madres prosperen. Esto incluye la falta de políticas de apoyo adecuadas, la desigualdad en el mercado laboral y la perpetuación de roles de género tradicionales.
Cambiar esta narrativa implica reconocer y abordar las discrepancias entre la idealización de la maternidad y la falta de apoyo real para las madres. Podemos propulsar este cambio a través de la implementación de políticas de igualdad de género, el fomento de la paternidad activa y la creación de un entorno social que valore y respete a las mujeres como individuos completos, más allá de su rol como madres.
Un aspecto que quiero resaltar, ya que siempre ha sido motivo de preocupación para mí, es el «factor culpa». Este sentimiento de culpa ha llevado y sigue llevando a muchas amigas y conocidas a dejar de disfrutar y vivir plenamente cada uno de sus roles. Lo que llamo factor culpa es el resultado de un constructo social que nos indica que una buena madre debe sacrificarse por sus hijos e hijas, relegando sus propias necesidades y deseos a un segundo, y en muchos casos, a un lejano tercer plano. Parecería que, al convertirnos en madres, desaparecemos como mujeres. Este concepto ha sido perpetuado y reforzado por narrativas culturales y religiosas que glorifican el sacrificio maternal como el pináculo del amor y la devoción.
En mi caso, siempre me he considerado una madre rebelde. Disfruto del tiempo que paso con mis hijos e hija y los momentos de dedicarles atención de manera individualizada, pero también valoro poder compartir con amigas o participar en reuniones de trabajo sin sentirme abrumada y sin sentimiento de culpa.
Ser una madre rebelde no consiste en rechazar la maternidad, sino en redefinirla. Implica desafiar las expectativas tradicionales y construir una visión de la crianza que sea equitativa, sostenible y empoderadora para las mujeres. Para lograrlo, es fundamental desmitificar el sacrificio inherentemente asociado con ser madre y promover una cultura donde la crianza sea vista como una responsabilidad compartida.
Según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en 2019, las mujeres dedicaron un promedio de 4 horas diarias al trabajo no remunerado, como cuidar de los niños y realizar tareas domésticas, en comparación con las 2.5 horas diarias que los hombres dedicaron a estas actividades. Esta disparidad resalta la importancia de desafiar los roles tradicionales de género y promover una distribución más equitativa de las responsabilidades familiares.
Hay una frase muy famosa que dice que se necesita todo un pueblo para criar a un niño, por lo tanto, nos llamo a ser ese pueblo. Y podemos serlo a través de la implementación de políticas que respalden la equidad en el hogar y en el trabajo, tales como la ampliación de las licencias por paternidad y la creación de redes de apoyo efectivas. Una red de apoyo sólida es crucial para la salud y el bienestar de las madres. Esta red puede incluir familiares, amistades, grupos de apoyo y profesionales. La importancia de esta red radica en ofrecer ayuda emocional, práctica y hasta financiera, permitiendo que las madres tengan tiempo para cuidar de sí mismas y para fomentar sus propias metas.
Para fortalecer las redes de apoyo, es esencial propiciar una cultura de comunidad y solidaridad, lo que podría lograrse creando grupos de apoyo locales y con la implementación de políticas laborales que permitan a las madres y padres equilibrar más sanamente sus responsabilidades laborales y familiares.
Además, es fundamental cambiar los paradigmas para poder celebrar la maternidad sin exigir un sacrificio absoluto, permitiendo a las mujeres ser madres y, al mismo tiempo, personas con derecho a perseguir sus propias aspiraciones y bienestar.
Apoyemos la maternidad rebelde para construir un futuro en el que tanto las madres como los padres sean celebrados y acompañados en la crianza de sus hijas e hijos.
Tengamos siempre presente la importancia de que la «M» de Madre no invisibilice a la «M» de mujer, recordatorio imprescindible para crear una sociedad donde el cuidado y el amor no sean sinónimo de sacrificio, sino de colaboración y equilibrio.