Madurez política y oposición

Madurez política y oposición

Guido Gómez Mazara

La clásica postura de oposición pura y simple retrató un tramo y modalidad de la política nacional reducida al falso predicamento de obstrucción a la gestión de la fuerza electoral victoriosa. Las posiciones rígidas conseguían la adhesión enfermiza de los militantes, pero alejaban al electorado que intuían distancias entre la agenda ciudadana y el interés oportunista de confundir discrepar democráticamente con la de receptor de la insatisfacción popular.

Culturalmente, la política nuestra post dictadura produjo líderes excepcionales, con visiones extremadamente personales, y un fatal empeño de creerse un buen discrepante en la medida que no mostraban puntos de coincidencia con sus competidores. Las experiencias de diciembre de 1962 y la segunda vuelta de 1996 produjeron resultados en la medida que sectores activaron sus circuitos de participación obstinados en evitar, y nunca permitieron opciones con resistencias y/o prejuicios alevosos. Técnicamente no se puede calcular con precisión, pero existen cuotas electorales bien definidas más en evitar que en ser. Por eso, el voto neotrujillista se volcó con el candidato del PRD Juan Bosch, cerrándole el éxito a Viriato Fiallo. De la misma manera, en circunstancias diferentes, los reformistas votaron mayoritariamente a favor del candidato del PLD en 1996.

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Después de los resultados electorales de mayo 19, la recomposición de cuotas de representación podría producir en la nueva segunda fuerza opositora una equivocada interpretación simplificada, en tragarse al PLD, para arrancar con lo conseguido en el torneo recién finalizado más lo que representó porcentualmente la opción de Abel Martínez. Un cálculo simplista que descansa en la equivocada interpretación aritmética, desconociendo que en el terreno del oficio político no siempre dos más dos, equivalen a cuatro.

Los motivos que provocan tanto desencanto con el comportamiento de las élites partidarias, entre otros factores, obedecen al convencimiento de que los cuerpos directivos andan más en lo suyo que sintonizando con las aspiraciones de la colectividad. Ahí la mirada abstencionista encuentra terreno fértil profundizándose por los desmanes de dirigentes inconexos con el país más allá de la lógica partidista y material que incrementa los índices del descontento y escasa motivación en las pujas municipales, congresuales y presidenciales. Y lo grave es que no se están dando cuenta. Rubricar institucionalmente la Estrategia Nacional de Desarrollo, felicitar al candidato victorioso y luego desistir de un encuentro racional, envían señales incómodas frente al ojo observador de una población sedienta en ver a su clase política, cerrando los ciclos de competencia para abrir la agenda de la nación.

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