Málaga.– El cineasta Héctor Valdez salda una deuda consigo mismo al rodar “Malpaso”, un tremendo relato sobre la orfandad radicado en la línea que separa República Dominicana de Haití, un lugar que siempre le tuvo “sensibilizado” por el contraste de la frontera y por la “simbiosis” de ambos lados para sobrevivir.
“Es una historia que viven miles de niños y niñas en la frontera entre ambos países que yo sentía la necesidad de visibilizar”, dijo el realizador dominicano, que hoy conectó virtualmente con el Festival de Málaga donde su filme, “Malpaso”, compite en la Sección Oficial.
Concebida “a modo de cuento”, esta fábula triste está protagonizada por dos hermanos, abandonados por su padre antes de nacer, que a los 15 años quedan solos cuando muere su abuelo, un seco vecino que les cría sin permitirse una sonrisa, ni un comentario que aplaque la desoladora realidad en que viven.
Dos seres tan distintos -tan idénticos-, que son capaces de hacer “lo imposible por cuidar uno del otro”, señala Valdez, que ha rodado en blanco y negro para resaltar ese contraste, como “licencia poética”, pero también para evitar que la enorme cantidad de colores del Caribe distrajera de su historia; además, “es así como nuestros personajes ven la vida”, resume el joven realizador. Hilvanando el cuento en un flashback continuo que se arropa con momentos oníricos, Valdez muestra a un hombre adulto, negro, que ingresa en un centro penitenciario.
Salta al nacimiento de dos gemelos, uno, “negro como la noche” (Luis Bryan Mesa, Vicente Santos como el Braulio adulto) y el otro, albino (Ariel Díaz) “como la luna”, mientras se ve a su madre fallecida tras dar a luz. Trufada de símbolos, como el propio escenario en el que ocurre la historia, uno de los mercados binacionales que brotan en cada uno de los pueblos fronterizos entre dos países caribeños, “Malpaso” es también una denuncia.
De hecho, Valdez cuenta en la rueda de prensa que fue gracias a la documentación aportada por ONG como Save the Children como descubrió la cruda realidad de los niños sin papeles que malviven en la frontera; “niños que no podían ser declarados ni de un lado ni otro” y, simplemente, desaparecían.
La poética de esta historia recae en la lastimosa vulnerabilidad del pequeño albino, Cándido, siempre esperanzado en el regreso del padre, que adora a su gemelo negro hasta el punto de dejarse caer cuando piensa que ha muerto; Braulio, retenido en la cárcel, tarda años en volver a buscar a su hermano.
“Todo vuelve, aunque a veces ya es tarde”, le dice la santera del mercado de Imani que ha tratado de protegerlos. “Me interesaba igualmente el enfoque del paso del tiempo en este lugar, casi como metáfora, porque todo está como detenido en el tiempo -reflexiona el director-, el tiempo no pasa a pesar de los años, la realidad no se vive como distinta». Un hallazgo este actor albino, cuya fragilidad casi transparente se come la cámara ante la profunda belleza negra de su hermano.
“Es un Oliver Twist caribeño -dice Valdez-, la problemática del día y la noche, el contraste entre el fenotipo afrocaribeño y la perspectiva de vida de un personaje que necesita un protector, en este caso, su hermano». Es el segundo largometraje de Valdez tras “Al sur de la inocencia”, una ‘road movie’ en la que ya tuvo su encuentro con la frontera y los mercados binacionales. “Una película siempre te lleva a la otra, y aquella -dice- era la semilla de esta».
“Hay una realidad que no se puede obviar, el mercado es supervivencia- si no se cumple la venta, no se cobra y no se come, es también un discurso de blanco o negro». Vicente Santos, que transita toda la película como un fantasma hermoso, opina que su personaje “está ahí como una continuidad, un estado ausente».
“Es ese niño maltratado y vejado que, en su madurez no tiene con quién vengarse y sale al mundo con la misión de encontrar culpables, cuando ya no hay respuestas. Es -filosofa- resultado de la nada, un adulto castrado con una niñez terrible, que se formula preguntas». Una desolación que atraviesa toda la cinta, profundamente triste, a la que apura una potente (y discreta) banda sonora, creación del francés Pascal Gaigne, ganador del Goya por la música de “Handia».