El país ha avanzado en muchos aspectos. Hemos logrado metas que otros países desearían. Gozamos de paz y tranquilidad, independientemente de cualquier hecho aislado. La economía mantiene signos admirables. Nuestra democracia, a pesar de ciertas debilidades partidarias, funciona. Tenemos líderes de gobierno y oposición con conciencia democrática. Una justicia que se fortalece. Un presidente haciendo esfuerzos por avanzar. Sin embargo, no debemos conformarnos con que todo está bien, porque solo pensarlo se convierte en una negación al principio de la perfectibilidad.
Particularmente me preocupa que personas con cierto peso o influencias en los diferentes segmentos de la sociedad, sin dejar de lado sectores del área oficial, entendiendo probablemente que hacen bien las cosas, tienden a crear incertidumbre en sectores que por diferentes causas se encuentran angustiadas por situación personal o familiar. En personas que mantienen viva la fe y la esperanza en lograr mejoría o soluciones.
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Fe y la esperanza que les ofrece aliento espiritual permanente en su afán por mejorar o resolver sus problemas. Les revive constantemente su espíritu de lucha por la vida, porque confían que llegará el bienestar. La fe es la confianza y la esperanza que alimenta su existencia, por eso tienen tanto valor.
Partiendo de esa idea, es un deber de todos los ciudadanos conscientes, no importa de cual lado se encuentre, contribuir a que puedan mantener su fe y esperanza.
Porque mientras el mundo avanza aceleradamente en aspectos tecnológicos que chocan hasta con ciertos grados de inteligencia, dichos avances no han servido para que su acción elimine las brechas sociales y económicas en la sociedad, sino para que determinados grupos aumenten sus comodidades y privilegios, provocando mayores distanciamientos sociales y económicos. Tenemos, por lo tanto, que continuar fortaleciendo todo lo relativo a la salud, educación, empleo y seguridad.
Se desarrolla la tecnología y aumentan los conocimientos, pero no de forma generalizada. Una parte importante del pueblo se mantiene aferrada a su fe y esperanza por alcanzar las cosas que necesitan. Pero, si se crea incertidumbre, se puede apagar esa llama de optimismo.
Se requieren de más voces con capacidad de propiciar tranquilidad y sosiego. Fortaleciendo los factores de equilibrio de una sociedad que en lo más profundo ama la paz, quiere a sus hermanos de aquí y de allá, disfruta haciendo el bien y odia la mezquindad.
La sociedad de hoy es más dinámica. Los acontecimientos ocurren demasiado rápido. Algunos actores y acontecimientos tienen tales dimensiones que las mayorías no alcanzan a interpretarlos. Hay nuevos estilos. Las costumbres van cambiando. Conductas que ayer se exhibían como prendas valiosas hoy se pretenden tirar a los zafacones. Tenemos que insistir en que la ética y la moral forman parte íntegra del poder. Que el derecho es para todos. Que la verdad no es de quien la paga.
El país avanza en los importantes aspectos señalados más arriba, pero también se observan ciertas notas poco optimistas. Y algunos responsables de evitarlo, que se encuentran en todos los segmentos, lucen ocupados en cuestiones no fundamentales. Mientras tanto, el presidente y una buena parte del país trabajan para seguir avanzando y la gente con aspiraciones y necesidades, siguen manteniendo la fe y la esperanza