Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. 2 Corintios 7: 1
Dios nos ha dado a través de Su hijo Jesucristo innumerables promesas, las cuales nos hacen partícipes de toda la bendición del Cielo. Estas son irrevocables, porque una promesa es un pacto de Dios con Su pueblo.
Dios no olvida sus promesas y se apresura para cumplirlas, ya que está en juego Su nombre; porque Él no es hijo de hombre para arrepentirse. Es decir, de Su parte están aseguradas cien por ciento. Pero de nuestra parte no es así, porque para que estas promesas sean nuestras tenemos que purificarnos de la carne y del espíritu; tiene que haber una conciencia de que en pecado no estamos aptos para recibirlas.
Por eso, desechemos toda inmundicia que nos rodea y nos mantiene fuera de la bendición de Dios. Seamos valientes y perfeccionemos cada día la santidad en el temor de Dios, el cual es amar lo que Dios ama y aborrecer lo que Él aborrece. Busquemos sin cesar la presencia del Espíritu Santo, el cual nos cuida de toda tentación y nos separa del pecado, manteniéndonos puros para obtener nuestras promesas.