Marcel Proust se aisló del mundo a los 37 años. Asmático y debilitado, buscó el refugio de su habitación para escribir y evocar cada momento vivido de su pasado, el cual reflejó en su obra «En busca del tiempo perdido».
Marcel Proust fue el escritor de la nostalgia. Para los amantes de la literatura En busca del tiempo perdido es una obra de arte perfecta. Nadie tuvo su delicada maestría para poner la mirada en el pasado y traerla al presente. Pocos autores disfrazaron tan bien una autobiografía en forma de novela, para ser junto a Joyce o Kafka, precursores de la novela contemporánea.
La obra de Proust navega entre el movimiento modernista y el vanguardista, trayéndonos a su vez pinceladas del pensamiento existencialista. De ahí, que no solo apreciemos su habilidad como escritor sino que además, quede en evidencia su profundidad psicológica. Nos habló de las desdichas del pasado, la frustración y la brevedad de la ilusión.
Puso un telescopio en el tejido que orlaba su vida y nos desgranó como nadie el retrato de una sociedad y una crónica singular que distribuyó en siete libros. Todos recordamos, por ejemplo, ese momento en que Proust moja una magdalena en un té de camomila y al instante, retrocede hasta su infancia. El recuerdo era, al fin y al cabo, el único modo de mantenerse conectado a la vida.
Marcel Proust fue un hombre enfermizo que se aisló del mundo a los 37 años. Hiló así su propia crisálida en una habitación forrada de corcho y humedecida con sahumerios para aliviar su asma. De este modo, ataviado con abrigos y bufandas, tejió cuartilla a cuartilla esa obra de la que podemos disfrutar al día de hoy.
Marcel Proust nació en Auteuil (París) en 1871. Era hijo de Adrien Proust y Jeanne Weil, una familia rica y acomodada cuyo patrimonio partía del trabajo de su padre, un eminente y reconocido epidemiólogo. Ahora bien, esto no evitó que desde los 9 años el pequeño Marcel viera su vida limitada a causa del asma.
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Creció bajo la atención y el afecto continuado de su madre. Estudió en el liceo Condorcet, donde destacó en el área de las letras y la filosofía. Con 17 años era conocido como ese joven snob que frecuentaba los salones parisinos. Ahí, se movía con gran habilidad entre la alta burguesía, los escritores, los pintores y también entre las damas, por sus hábiles conversaciones e ingenio.
A diferencia de sus hermanos, decidió no seguir la tradición familiar estudiando medicina. Trabajó durante un tiempo en la Biblioteca Mazarin de París, y después se dedicó a la escritura. Dicha tarea, estaba siempre aderezada por su efervescente vida social. Era ese cronista de la alta sociedad y de la aristocracia que frecuentaba casi cualquier fiesta, escondiendo a su vez una doble vida, al frecuentar a menudo los burdeles masculinos.
La muerte de su madre y el retiro de la sociedad
En 1906 Marcel Proust sufrió la pérdida de su madre. Ese hecho le marcó de manera profunda, dado el apego y la constante dependencia que tenía de ella. Tras ese hecho, viaja hasta Versalles, donde conoce a Robert de Montesquiou, un poeta homosexual que lo introduce también en los elegantes salones de la época, conociendo así a figuras como la condesa Greffuhle o la princesa de Wagram, personas que marcaron sus obras posteriores.
En 1913 presenta su obra Por el camino de Swann (la obra que inicia la heptalogía En busca del tiempo perdido), pero ningún editor se vio interesado y, por tanto, se vio obligado a editarlo por sí mismo. Más tarde, llegaría la segunda parte, A la sombra de las muchachas en flor (1918), el cual le valdría el premio Goncourt.
Marcel Proust utilizaba en esta época un estilo de escritura muy particular, al que llamaba “memoria automática”. Era una estrategia con la cual el pasado a la presencia física, con todas sus emociones, matices, sensaciones y sensibilidades. Todo ello daba forma a una escritura muy detallada y hasta laberíntica.
Ahora bien, cuando cumplió 37 años, Marcel Proust decidió abandonar la vida pública. Se encerró en una habitación forrada de corcho y humedecida con sahumerios para poder convivir con el asma. Se atavió con sus abrigos, bufandas y cuartillas para dejar en las cuartillas todas las experiencias vividas hasta entonces.
En 1922, se publicó Sodoma y Gomorra, su última obra. En 10 de octubre salió a la calle, y una semana después de que le diagnosticara una neumonía, falleció.
Su obra cumbre: En busca del tiempo perdido
Marcel Proust escribió En busca del tiempo perdido escrita entre 1908 y 1922. Son siete partes donde el autor evoca sus recuerdos de ese universo de vicios y ensoñaciones que conformó gran parte de su vida parisina. Esta obra y su publicación fue rechazada al principio por André Gide, asesor de Gallimard.
A pesar de esas negativas, Marcel Proust nunca se rindió. Asmático y gravemente enfermo luchó contra el tiempo para sacar de su mente cada detalle, cada imagen y experiencia vivida para novelar lo que era, en realidad, una autobiografía. El argumento, por tanto, no podía ser más simple, pero complejo a la vez: es la historia de un niño y más tarde un adulto en su aprendizaje de la vida y el mundo.
Es el retrato de una época y de un narrador algo mimado que adora asistir a los salones de la clase alta de París. Las descripciones y esa escritura audaz y detallada no deja indiferente a nadie. De pronto, un ruido, un sabor o un olor trae de vuelta a ese yo del pasado para transportarnos a un momento en concreto. Su penetración en la psicología del ser humano es maravillosa y exquisita a la vez.
La vida puede ser una obra de arte
Algo que nos enseña Marcel Proust en su obra En busca del tiempo perdido es que la vida es una obra de arte. Él mismo se encuentra inmerso en ese proceso de escritura luchando contra la muerte, intentando robarle días, arrancarle meses a ese final anunciado, para poder transmutar en palabras todos sus recuerdos.
Esa alquimia, que dio forma a una colección de siete partes, conforma una mágica combinación de infinitas reflexiones sobre el amor, el sufrimiento, los celos, la filosofía de Bergson, el impresionismo, la música de Debussy… Es una obra llena de sensibilidad y nostalgia donde poder gozar de la vida que disfrutó el propio Proust. Con sus oscuridades y contradicciones, pero igualmente hermosa y fascinante.
(FUENTE: Portal Lavidaesmaravillosa, en Internet)