Marileidy Paulino y el deporte como derecho

Marileidy Paulino y el deporte como derecho

«Ustedes disfrutaron mucho los segundos que duré para alcanzar la medalla de oro, pero no tienen la menor idea de todo lo que hay detrás de ese logro». Fueron, más o menos, las palabras de Félix Sánchez al recibir el Premio al Hombre del Año 2012, entregado el 21 de marzo de 2013.

También escuché las palabras del afamado David Ortiz, quien recordó que cuando andaba con su mochila «hediendo a sicote», nadie le hacía caso. Hizo una especie de catarsis por el hecho de que, antes de la medalla olímpica, nadie apoyó a Marileidy, y ahora todos andan detrás de ella.

El viernes 9 de agosto y los días sucesivos, incluyendo la hazaña del 25 —es como si agosto fuera el mes de Marileidy—, nadie dejó de hablar de la joven que ha roto todos los obstáculos para llegar a la cima y coronarse como la única mujer dominicana en lograr no solo una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos, sino también en implantar el récord en los 400 metros planos y ganar todas las competencias en la Liga Diamante, y las que faltan.

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Marileidy es noble, con gran dignidad y un sentido de solidaridad y gratitud digno de admiración. Su origen humilde confirma la opinión de muchos: «solo llegan a la cima los que vienen de abajo». Es difícil que un «popi» o hijo de «papi y mami» llegue a esos podios; al tenerlo todo asegurado, sienten que no tienen por qué esforzarse. Hay excepciones, como los hijos de aquellos que han triunfado y han seguido el legado de sus progenitores.

En general, nuestros principales atletas vienen de la pobreza. Todos tienen una historia de origen humilde en la que se destaca la función de la madre. Y no solo aquí; recuerdo lo que contaba Maradona cuando recibió su primer pago: se fue con su madre a darle el gusto que anhelaba en una famosa pizzería en Buenos Aires. Fue una especie de premio por su dedicación, igual que Cristiano Ronaldo, quien resalta las calamidades que lo acompañaron y que no fueron mayores gracias al apoyo de su madre.

De Marileidy no hay que repetir la historia que todos conocemos, no desde ahora, sino desde que ganó la medalla de plata en Japón, donde otro atleta de Don Gregorio, Vladimir Guerrero, le regaló un televisor a la madre para que pudiera ver a su hija.

El deporte es un derecho constitucional, pero no tenemos políticas públicas para fomentarlo. Nuestros atletas no surgen de las escuelas; los que han llegado lejos vienen casi siempre motivados por las carencias económicas en sus hogares. Es el empuje para cambiar la vida de manera honesta.

La cantidad de peloteros en las Grandes Ligas proviene del legado que han dejado aquellos que han logrado ser firmados por algún equipo de esas ligas.

Por suerte, los principales equipos de esas ligas han sembrado escuelas de béisbol en el país y cada año tenemos nuevos prospectos y millonarios.

Las escuelas y colegios deben ser las canteras de donde surjan los atletas. Debe reforzarse la ley para que se aplique el artículo 65 de la Constitución, de manera que, como derecho, nuestros atletas sean protegidos y apoyados de tal forma que no tengan espacio para pensar en competir llevando la bandera de otra nación que no sea la nuestra. ¡Marileidy, orgullo nacional!

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