Creer que la actividad política posee una jurisdicción excepcional respecto de otros ámbitos de la sociedad, se traduce en una subestimación de los ciudadanos. No es cierto que la valoración concerniente a los parámetros esenciales exceptúa a los actores partidarios. Por el contrario, el ojo crítico se muestra con mayor rudeza ante los depositarios del voto popular que al ciudadano ordinario.
No existe una moral política y un esquema diferente para el resto. Inclusive, el afán de creerse con licencias para los excesos, traslado a la sociedad civil la capacidad de solicitar en segmentos de la justicia un trato igualitario para todos.
Resulta inconcebible que la hoja de servicio público adecuado y fundamentalmente alejado de los escándalos éticos eleven a categoría incuestionable a exponentes en capacidad de creerse que sus antecedentes los libera de ser evaluados con la misma vara.
En el país las maromas éticas parecen caracterizar posturas electorales con aristas difícil de entender, en la franja sin apegos partidarios, pero de una carga cuestionadora de las inconsistencias.
Puede leer: Coherencias emblemáticas
Etiquetarse con el monopolio de la decencia en el marco de una campaña electoral resulta de altísima peligrosidad.
Las sumas políticas andan divorciadas del elemental sentido de la ética. En un abrir y cerrar de ojos, cuentan más los que ayer abominábamos porque la ciudadanía prefiere resultados y edifica una noción del triunfo sin importar el método.
La tragedia abrió los espacios para desenmascarar a los falsos profetas. Y ahí cuentan los hechos, no las palabras. Por eso, utilizar la sombrilla de «romper» con el viejo amo bajo el predicamento de insatisfacción de una alianza, es sinónimo de subestimar la inteligencia popular. Y aquí la gente no es tonta.
Llegan formalmente, pero los traen por la fuerza de la nómina pública. Aunque cometen el desliz de utilizar el referente de unificar la vieja familia partidaria, sin detenerse en la inconformidad eterna y externa que provocan.
Y sigo esperando la compatibilidad del discurso ético en la dirección de transformar, los ayer barbáricos adversarios, en patriotas de la integración.
Todavía suenan los tiros en la vieja casa partidaria, se evocan las sonrisas cómplices en el TSE y sus adherencias con el candidato opositor andan frescas en la memoria de todos.
¿Acaso el poder se torna amnésico?