En el artículo anterior, expuse los primeros cinco puntos de lo que ahora me atrevo a llamar mi Decálogo para Discutir sin Enemistarse. Ahora, voy con cinco más.
6. No burlarse de las ideas del otro. Nada de ironías, sarcasmos a costa del parecer de nuestro contradictor o mostrar una risita u otro gesto burlesco, ya que probablemente molestarán a su contraparte, o lo harán encerrarse más en su convicción, pues afectan su imagen y honor. Puede sentirse ofendido, irrespetado, lo cual de alguna manera dañará la amistad.
Además, esto aleja la posibilidad de un reconocimiento de estar equivocado, o haber interpretado mal lo dialogado, y mucho menos producirá una expresión pública de cambio de criterio frente a su adversario momentáneo.
Aquí estamos: Usted, Que cree en Dios, y yo que lo dudo
7. No temer acercarse a la opinión contraria. Esta actitud es propia de los espíritus libres, flexibles felices, por estar abiertos a cualquier posibilidad, como ocurre con la realidad misma que ahora es roja y al rato es amarilla.
Un ejemplo son las primeras palabras del filósofo Beltrand Russell en su polémica pública frente al sacerdote jesuita Frederick Charles Copleton. Este introdujo el diálogo así: “El Sr. Russell no cree en Dios. Yo creo en Dios. Y vamos a discutirlo”. El intelectual respondió: “No, Sr. Copleton. Usted cree en Dios, y yo lo dudo”. Es decir, no temió acercarse a la creencia del contradictor.
8. Salpicar el diferendo de buen humor. Lo valiente no quita lo cortés. Es sano mantener una serena sonrisa. Incluso, una bien pensada nota chistosa sirve para suavizar el camino de buscar verdades con respetuosas maneras.
Por ejemplo, una atractiva anécdota relacionada o no con lo que se habla hace más agradable el momento. Igual, una nota curiosa atractiva tanto para quienes discuten como para los demás presentes.
Producirán sonrisas que refrescaran el ambiente y facilitarán ponerse de acuerdo o convertir el diálogo en un sencillo intercambio de observaciones que pueden dar cortésmente la razón a uno u otro contertulio.
Galeano tiene la honestidad de renunciar a su más famoso libro: “Las venas abiertas de América Latina”
9. Tener la valentía de autocriticarse y/o cambiar de opinión. Es un gesto que engrandece. Solo los espíritus honestos, altamente evolucionados espiritualmente, son capaces de reconocer públicamente equivocaciones y abandonar lo que han defendido intensamente.
“No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado”, dice el escritor Eduardo Galeano, al desistir del mencionado libro.
Como él, la persona sana expresa sin rubor ni temor su cambio de idea, y hasta agradece a sus contrapartes por ayudarle a salir del error. Su contraparte debe felicitarlo y aceptar con humildad serena este acto de honradez intelectual.
Para lograr esto, es necesario no aferrarnos cerradamente a una cosa hasta el extremo de identificarlas con nuestra persona. Debemos verlas como algo que bien puede ser modificados al igual que muchísimos otros que hemos cambiado a lo largo de la existencia.
Incluso, cotidianamente cambiamos de ideas. Por ejemplo, muchas veces creemos que lloverá, y repentinamente cambiamos de pensar porque ha sido desmentida por las nubes oscuras al desplazarse llevadas por el viento.
Ya sea consciente o inconscientemente, cambiamos con frecuencia de parecer, debido a nuestra edad, educación, negocios, afecciones de salud, matrimonios, divorcios, mudanzas de ciudades y mil hechos fortuitos más. De modo que no tenemos por qué amarrarnos a una convicción sin querer cambiarla si ya hemos modificado tantas en nuestras vidas.
10. No prolongar mucho la discusión. Por ejemplo, si estamos con unos amigos, nunca debemos pasarnos la mañana, tarde o noche enteras en un dime y direte con quien exprese un concepto que no compartimos. Esa insistencia posiblemente moleste a los presentes, quienes se sentirán desplazados del diálogo. O, peor, podemos provocar una especie de disputa entre todos, tomando partido por uno u otro, y entonces la conversación tenderá a fanatizarse, por lo que podría perderse la serenidad y hasta la cordura… y terminar en una disputa con ofensas personales y hasta violencia.
Por ello, no debe prolongarse el asunto del diferendo hasta el cansancio. Si después de tres o cuatro intervenciones no hay acuerdo, lo mejor es cambiar discretamente el tema, o proponer directamente al otro que lo hablen en otra ocasión, para continuar disfrutando el encuentro y dar oportunidad a la reflexión de ambos.
El próximo domingo, expondré más puntos de mi Decálogo para Discutir sin Enemistarse.