Evitar que la comunicación, tanto dentro como fuera de las organizaciones, sea excluyente dependerá en gran medida de la calidad humana y profesional del talento humano responsable de gestionar y controlar las tareas asignadas a esta área.
La comunicación, sin importar la naturaleza y el tamaño de las empresas e instituciones, siempre deberá ser un medio para facilitar la armonía, la empatía, la participación, la motivación, la integración, la creatividad, así como desarrollar la actitud de pertenencia del personal que trabaja y colabora con la organización.
Para lograr una gestión inclusiva de la comunicación, es imprescindible que el talento humano que planifica y gestiona dicha tarea cuente con actitud y aptitud para incluir, integrar y motivar la participación de todos los subsistemas que integran el sistema organizacional.
En el marco de la nueva realidad, como consecuencia de los desafíos derivados de la cuarta revolución industrial y de los efectos provenientes del COVID-19, lo que menos necesitan las organizaciones de hoy es tener estructuras comunicacionales gestionadas por personas que excluyen y maltratan a los que piensan y actúan de manera diferente a ellas.
La comunicación es un proceso que facilita el diálogo y la inclusión. Gestionar la comunicación interna y externa desde una concepción excluyente, autoritaria, elitista y caprichosa, es igual que dañar los activos intangibles de las organizaciones (el clima laboral, la reputación, la credibilidad, la imagen pública, el capital relacional, entre otros).
Dicho de otro modo, la forma de comunicar del personal que gestiona las estructuras, son los factores decisivos que determinarán si la comunicación es inclusiva o exclusiva, tanto dentro como fuera de las organizaciones.