En unas elecciones donde los candidatos presidenciales han tenido la oportunidad, como nunca antes en la historia electoral dominicana, de dar a conocer sus planes y propuestas a sus potenciales electores hemos escuchado de todo, desde el que propone poner en órbita el primer satélite dominicano para vigilar la frontera hasta el que prohibiría el Islam, demostrando que para esos aspirantes sus bocas han sido su medida.
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Y eso incluye a los que empujados por los vientos favorables de las encuestas exhiben un triunfalismo desbordante, y también a los que no tienen nada que perder porque se saben perdidos de antemano, y por eso hablan y actúan como si fuera todo lo contrario. ¿Qué pierde el doctor Leonel Fernández, candidato de la Fuerza del Pueblo, retando al presidente Luis Abinader, candidato a la reelección, a un debate abierto, sin límite de tiempo para responder y que se permita la contrarréplica? Absolutamente nada. Al contrario, los títulos periodísticos reseñando el desafío ya son ganancia para su candidatura, aunque no todo el que lea sobre la ocurrencia del exmandatario se dará cuenta de que se trata de una zancadilla que el presidente Abinader, que en cuatro años es mucho lo que ha aprendido sobre el poder y sus trampas invisibles, rechazó como quien responde de manera amable a un chiste inapropiado y fuera de lugar que para colmo no da ganas de reír.
Porque lo que Leonel propuso, medio en serio medio en broma, fue que el resultado de ese debate “defina el plebiscito del próximo domingo”. Es decir, que las elecciones no se celebren y que en su lugar nos sentemos a mirar un combate verbal sin árbitros ni límite de tiempo, máscara contra cabellera, como en los viejos tiempos de la lucha libre, en el que el ganador se llevará como trofeo la Presidencia de la República. Tal vez al expresidente Fernández, tan serio y adusto casi siempre, traje y corbata su segunda piel, no le salgan bien los chistes, pero sería injusto no reconocer que en esta ocasión se esforzó bastante.