La mayoría de los dominicanos nos gusta ser engañados, nos encanta que nos roben, nos sentimos bien cuando el político nos habla mentira y nos gusta poner videos en las redes sociales de aquellos líderes que nos hicieron sufrir emocionalmente sirviendo de canal avieso para erradicar de esta tierra a muchos ciudadanos inocentes. Somos masoquistas, nos deleitamos en el ciclo vicioso y doloroso; es como que hemos hecho un pacto colectivo que sostiene y promueve el dolor, la pobreza y lo más bajo.
Las personas masoquistas practican la provocación del dolor físico y emocional, se autocastigan físicamente y emocionalmente, sienten placer por el dolor inducido y lo celebran, es como cuando nosotros, los dominicanos, seguimos y aplaudimos a las personas que no ha tenido éxito en la transformación del Estado dominicano, pensamos hacia atrás, usamos como modelos figuras políticas que solo desean perpetuarse en el poder para saciar la sed existencial que le proporciona una falsa identidad. El masoquista no puede ser libre, depende del dolor, depende de otros enfermos que producen ese placer inverso. Lo peligroso de una cultura con rasgos masoquista es que prefiere intencionalmente vivir en un proceso de desintegración, todo es normal, aceptable y conformista.
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La razón que decimos que somos masoquistas es porque no nos hemos atrevido a parar dicho dolor en nuestra sociedad, ese dolor provocado por muchos líderes y por ciudadanos de influencia. Nos movilizamos, gritamos, nos quejamos pero volvemos a caer en lo mismo. Usamos frases como, “es pa fueran que van”, y cuando los sacamos con un voto de castigo, nos damos cuenta que no sabemos que hacer con los vacíos que se generan cuando movemos un paradigma de poder entronado en una persona, y volvemos a caer en los dolores, en los golpes, en los pinchazos, en las burlas y nos reímos como locos sin psiquiatras y sin correas de seguridad. Somos masoquistas porque aplaudimos los dramas de aquellos que nos han engañado por varias décadas, se hacen pasar como el mesías, al mismo tiempo son ladrones y cuando la minoría los confrontan se convierten en personas paranoicas, desarrollan un patrón de desconfianza y de repente se transforman en víctimas, creando dolor que es decodificado por una sociedad enferma y cautivada por otro dolor.
El masoquismo sociopolítico solo destruye a la sociedad, desintegra el concepto de Estado, genera inmovilidad en los sectores productivos; el masoquismo sociopolítico castiga, paraliza y encadena a todo un país que solo se conforma con las migajas que se deslizan de la mesa del poder, dejándonos como Lázaro, el patrón de los mendigos. Esta conducta masoquista se encuentra en el sector empresarial, eclesiástico, educativo, y otros más; posponemos las tarea que nos tocan hacer, con la excusa que somos un pueblo alegre y bendecido, somos tan bendecidos que nuestras casas están llenas de cámaras, vigilantes y barrotes de hierro como las cárceles o jaulas de los leones. Vivimos asustados; sin embargo, nos gusta seguir sufriendo. Todo país está llamado a crecer, siempre existe una salida en el laberinto más oscuro y tortuoso, debemos buscar juntos esa salida.
El masoquismo sociopolítico se puede sanar si logramos hacer un ejercicio matemático, el cual consiste en que muy pronto dejaremos este mundo terrenal, nos quedan años y para otros menos años, si en este tiempo que nos queda pudiésemos pensar más en el beneficio colectivo, en el Estado y elegir líderes íntegros, no perfectos, para que construyan el país que Juan Pablo Duarte dejó esbozado, si logramos esto, el masoquismo sociopolítico comenzará a debilitarse. Entonces, ¿Qué haremos?