Las memorias de Tirso Mejía-Ricart representan una fascinante historia de la vida política y social dominicana desde la dictadura de Trujillo hasta la creación del Partido Revolucionario Moderno y el triunfo de Luis Abinader. Los capítulos más cautivantes son los que tratan marrullas, ambiciones, trampas, sucias estrategias, respuestas irrespetuosas, interpretaciones amañadas de leyes por actores recientes de la política vernácula, para lograr posiciones, asumir o mantenerse en el poder.
Durante 85 años, Mejía Ricart fue un activo militante, primero del antitrujillismo y luego, dedicó 45 al PRD, por lo que revela interioridades negativas de muchos de sus compañeros a los que, sin embargo, y en honor a la verdad, les reconoce virtudes.
No deja fuera a la izquierda ni a dirigentes y presidentes del Partido de la Liberación Dominicana, de los que con lenguaje y estilo muy respetuosos saca a relucir acciones y comportamientos indecorosos.
Las etapas de la vida nacional que relata son conocidas, pero lo atrayente es que revelan interioridades increíbles, documentadas, interpretadas.
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La obra, de 782 páginas, constituye un texto para el estudio y la consulta.
Como también se trata de sus historias personales, incluye vacaciones, viajes, parejas, esposas, novias, excursiones, lugares de diversión frecuentados en su juventud, domicilios donde vivió y conspiró, hoy transformados. En una página publica fotos de sus hijos: Mariana Emilia, Tirso Félix, Octavio Augusto, Gustavo Adolfo, Juan Tomás, Larissa Noemí, Rodrigo Arturo, Ángel Ernesto y Luis Felipe.
Las narraciones de Mejía-Ricart están enlazadas con situaciones tan dolorosas como la muerte de su hijo Tirso Félix, fallecido de COVID el 20 de junio de 2021, “víctima en gran parte del famoso 911”, según expresa, pues deambularon con él largas horas sin ser atendido en los momentos que más lo necesitaba.
Otro relato lacerante es el de la muerte de su hermano Octavio, expedicionario del 14 de Junio, torturado por Ramfis y desaparecido. Es tan dramático como el lugar en el que Virgilio (Cucho) Álvarez Pina le dio la noticia a su padre, Gustavo Mejía Ricart: en la clínica Abreu, donde se recuperaba de disentería, bronconeumonía complicada con hipertensión arterial y arteriosclerosis, contraídas o agudizadas en la prisión pues este, como sus hijos Marcio, Octavio, Magda, Tirso, combatió ese régimen. “La congoja nos invadió”, comenta Tirso.
Otra revelación igualmente dolorosa, es el asesinato de Gustavo Adolfo, hermano de Tirso, asesinado en Marianao, Cuba. Era hijo del matrimonio de su padre con la cubana Eloina Maderne, a quien conoció cuando fue expatriado a ese país. Procrearon además, a Judith Yolanda y Penélope.
Ese hijo, quien había participado en la frustrada expedición de Cayo Confite, fue asesinado el 20 de septiembre de 1949, “a manos de una pandilla parapolicial vinculada al conocido gangster político Rolando Masferrer”.
Por otro lado, a la primera esposa de Tirso, Ana Cecilia, se le desarrolló un proceso de esclerosis múltiple que le causó la muerte. Era madre de su hija Mariana.
Líderes locales. No están ausentes nombres y actuaciones de los principales líderes del país, de combatientes contra Balaguer o Trujillo, de dirigentes perredeístas, del PLD o de la izquierda. Desaforados, intransigentes, pusilánimes o valientes.
Incluye, además, la lucha por la autonomía de la Universidad de Santo Domingo, la genealogía de sus apellidos y hasta su despertar a la vida sexual. No oculta las identidades de sus compañeras de inicio. Tampoco suprime la censurable conducta de hermanos de La Salle informantes del régimen trujillista y otro, el director, pervertidor de menores amenazados por él, por lo que siempre tuvieron que silenciar el acoso. Tirso no silencia el nombre.
Mejía Ricart parece que vivió anotando con pormenores todo lo visto, vivido y escuchado a lo largo de sus días: la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre, el asalto a The Royal Bank, por los hermanos Maldonado, los cursillos de cristiandad del padre Posada, “el régimen paternalista, honesto y eficiente pero sumiso al poder norteamericano de Ramón Cáceres”, pugnas entre horacistas y jimenistas, el Foro Público…
Es apasionante su historia personal y política con Minerva y María Teresa Mirabal.
Conspiraciones. Las conspiraciones están muy bien detalladas. En ellas aparecen Luis Gómez Pérez, Tony Avelino, Manuel García Saleta, Máximo Bernal Vásquez, Octavio Amiama, Marcio Mejía Ricart, Juan Isidro Jimenes Grullón, Tito Cánepa. Fidelio Despradel, Dalmau Febles…
“Después del 15 de febrero de 1961, fecha de mi tercera y última entrevista con Fidelio de esa época del exilio, en la cual acordamos nuestro plan de acción, este se fue para Europa… No volví a saber de él”, consigna.
La lucha de Tirso contra Trujillo fue ininterrumpida, espectacular. Sobrevivió saltando verjas, viajando con pasaporte y nombres falsos (uno de ellos era Ernesto Pacheco), asilándose en embajadas. Mientras el SIM lo perseguía a muerte, él realizaba gestiones “frenéticas” para reclutar conspiradores, creaba documentos, ofrecía entrevistas a periodistas extranjeros, viajaba en baúles de automóviles, escribía para programas internacionales y le sobraba tiempo para prepararse profesionalmente. Su formación intelectual era asombrosamente sólida.
Regresó al país en noviembre de 1961. Continuó su lucha en manifestaciones contra el Triunvirato, el golpe de Estado a Juan Bosch. Cuestionó personalmente a los triunviros Ramón Cáceres, Ramón Tapia Espinal y Donald Reid Cabral.
Intentó traer al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez camuflado en un avión y tomó parte militante en la Revolución de Abril, reconciliándose con algunos ministros constitucionalistas con los que había tenido diferencias, como Jottin Cury, director de la Cancillería a quien define como brillante, pero al que se había enfrentado en 1962 siendo Cury director de Relaciones Públicas del Consejo de Estado porque este “trató de justificar públicamente la deportación de un grupo de profesionales recién llegados del exilio, entre los cuales estaba mi hermano Marcio, bajo la acusación de ser agitadores comunistas”.
Nacido el 16 de junio de 1936, Tirso falleció el ocho de julio de 2021. Su familia publicó estas bien escritas y cuidadas memorias.
Parte 2
Del pasado reciente. El asesinato de Maximiliano Gómez en Bruselas, y el secuestro de Donald Crowley, introduce un nuevo personaje en las Memorias de Tirso, posiblemente no citado antes en esos sucesos. Es uno de los pocos que no identifica, pero lo describe. Es una presunción.
Lo que no son supuestas son actuaciones de figuras que entorpecían “la democratización de la UASD”, y aunque la autonomía le fue concedida a la Casa de estudios “vino a ser administrada por los mismos sectores profesionales castrados espiritualmente que habían sido instrumentos dóciles de la tiranía”.
En ese capítulo resaltan nombres de presuntos honorables que fueron rectores, dirigentes o miembros de grupos estudiantiles, hasta que tras luchas e incidentes nació el Movimiento Renovador Universitario que depuso a las viejas autoridades.
Tanto como se identifica con la historia del PRD, el autor demuestra con intensidad sus preocupaciones por la academia que también formó parte entrañable de su vida y en cuyos cambios se involucró a profundidad. Andrés María Aybar Nicolás fue el primer rector del Movimiento Renovador y Hugo Tolentino el iniciador y líder político del mismo, así como Carlos Dore, Amín Abel Hasbún, Romeo Llinás y Teobaldo Rodríguez, entonces estudiantes,
“Con este Movimiento se depuró a la Universidad de “trujillistas inmorales”.
Mejía Ricart fue elegido vicerrector en 1972, aunque cuenta que hubo celos por el reconocimiento que recibió debido a sus logros y que fruto de estos, el rector Julio César Castaños Espaillat trató de destituirlo alegando que se estaba propasando en sus atribuciones.
La incursión de la Policía en el recinto tras la búsqueda de Tácito Perdomo, la lista negra manejada por Pou Castro, “al servicio del tristemente célebre Pérez y Pérez”, la muerte de Sagrario Díaz y la ocupación de la UASD en 1973, debido a la guerrilla de Caamaño, cobran vida en sus relatos sobre el centro de estudios, reprimido y aplastado por Balaguer que “no perdonó que lo sacaran de la UASD”.
Califica al Gobierno de Antonio Guzmán como ejemplo de liberalismo y legitimidad “pero en su práctica administrativa y su política socioeconómica fue producto de la improvisación”.
No entra en mayores consideraciones sobre el mandato de Jorge Blanco, pero de este recuerda la poblada de 1984, “que le costó el poder al PRD”.
Enjuicia el retorno de Balaguer en 1986, y cae en los factores que favorecieron a Leonel Fernández para acceder al poder en 1996.
Describe la campaña de este candidato en la que, entre otras “consignas rítmicas”, se recurrió al uso de caricaturas racistas contra Peña Gómez.
La falta de lucidez mental de Bosch, el cáncer de páncreas de Peña Gómez y la desaparición física de Balaguer, dejaron lugar a nuevos actores, a los que Mejía Ricart se refiere con amplitud.
El apoyo del empresariado y de la Iglesia católica al reformismo, liderazgo creciente y el arraigo popular de Peña Gómez, el enfrentamiento de los perredeístas en el hotel Dominican Fiesta son tratados con detalles.
Considera que Bosch fue el verdadero ganador de las elecciones de 1990
Trata y analiza el fraude electoral de 1994; las razones por las que ganó Hipólito en 2000 así como todas las campañas políticas y procesos electorales posteriores, narrados con datos, cifras y hasta con anécdotas como la respuesta de Hernani Salazar al razonamiento de Tirso sobre el reconocimiento que mereció para la posteridad el presidente uruguayo José Batlle Ordóñez, que propició la no reelección, y el exdirector del OISOE le respondió: “A Hipólito no le interesa la gloria, sino cuatro años más y luego hablamos”.
Refiere el apoyo de Hipólito a Tonty Rutinel Domínguez para senador, pese a que Tirso aspiraba, pero Mejía “y su grupo escogieron a Rutinel Domínguez porque yo no transigía con su proyecto de reelección”
La inflación y la crisis bancaria de 2003 son analizadas, y cuenta una supuesta metida de pata del diputado Henry Sarraf “para asumir un protagonismo que no le correspondía”, así como el “afán de poder” de Miguel Vargas Maldonado. Los constitucionalistas extranjeros traídos por Leonel Fernández, las Altas Cortes, el Pacto de las corbatas azules, el secuestro del PRD “por el procónsul del PLD, Miguel Vargas Maldonado”, conforman temas de la obra.
Los Gobiernos de Leonel posteriores al de 1996, y los de Danilo Medina están expuestos y analizados, como también decisiones de presidentes de la Junta Central Electoral. Opiniones de Mejía Ricart están avaladas por documentos incluidos al final de cada capítulo. También tiene una atractiva iconografía.