Este noviembre se cumplió el centenario del retorno al país desde Mayagüez de los restos de Buenaventura Báez, uno de los principales políticos del siglo XIX y cinco veces presidente de la república. Su recuerdo está nublado por siglo y medio de mala prensa y un aspecto de su vida ha sido particularmente desdeñado: sus contribuciones militares a la separación de Haití.
Ante el mito del heroísmo guerrero del general Pedro Santana, muchos historiadores han pretendido minimizar la figura de Báez como militar durante los años de guerra en la Primera República. Expertos militares han incurrido en el excusable error de afirmar que cuando Santana “faltaba en los cantones, se desmoralizaban y se indisciplinaban las tropas, como sucedió en los gobiernos de los generales Manuel Jimenes y Buenaventura Báez” (mayor general retirado José Miguel Soto Jiménez, “Semblanza de los Adalides Militares de la Independencia”, página 20).
Desmienten –en cuanto a Báez– esta apreciación equivocada de este distinguido historiador militar y otros similares varias sencillas verdades. Antes del 1844, ya Báez entendía la importancia de la fuerza militar. Por ejemplo, desde que se involucró en 1843 en el plan Levasseur, que procuraba apoyo francés a la separación dominicana, Báez vislumbraba la necesidad de los dominicanos poseer alguna fuerza militar propia. Por tanto, como señala el historiador Pedro Troncoso Sánchez:
…a Báez se debe el regreso a Santo Domingo de los regimientos 31 y 32 del Ejército haitiano, compuestos por dominicanos, como premio a la actitud de dichos regimientos cuando el alzamiento de Dalzón, por haber contribuido al fracaso de dicho movimiento revolucionario. Dicho regreso fue determinante para la pronta ejecución del plan independentista dominicano y para el triunfo en la acción patriótica del 27 de febrero de 1844….
Tras la separación, el primer escuadrón de caballería del ejército dominicano lo aportó Báez, con animales, sillas, armas y personal financiados por él mismo, cuyo rol en las batallas iniciales de la guerra en el Sur, especialmente en Azua en marzo de 1844, fue invaluable.
Además, fue Báez, como presidente del Congreso al falsear Jimenes en 1849 ante una invasión de Soulouque, quien hizo llamar a Santana de su exilio interno en El Seibo para ocuparse de la jefatura de las Fuerzas Armadas para enfrentar una nueva amenaza haitiana que podría destruir la república.
Una virtud en Báez que merece resaltarse es su íntima convicción de que en una república los militares deben estar subordinados al poder civil. Muy pocos políticos dominicanos del siglo XIX compartían esta visión civilista y aquellos que expresaban ideas parecidas carecían del talento para llegar al poder y ejercerlo, como el caso del cándido Ulises F. Espaillat, cerebro del derrocamiento del gobierno constitucional de Báez en 1858 pero incapaz de mantenerse en la presidencia cuando por fin tuvo una oportunidad en 1876; apenas duró alrededor de 130 días como infeliz presidente.
A Báez no le envanecían los uniformes de guardia ni la parafernalia castrense. Si se considera lo que ha significado para la República Dominicana tener de gobernantes a generales como Santana, Lilís y Trujillo, ¿no es acaso una virtud excepcional y digna de resaltarse que Buenaventura Báez, quien según el doctor Roberto Cassá “todavía hoy puede ser considerado como el prototipo más acabado del político dominicano”, haya siempre preferido ser un ciudadano civil en vez de uno más de los soldados de ópera bufa que nos hemos gastado?
Con respecto a la errada observación acerca de que la ausencia de Santana causaba desmoralización e indisciplina entre la tropa, un análisis sereno demostraría lo contrario. Fue Santana quien sembró en el ejército dominicano la semilla envenenada de la insubordinación. Desconoció cada vez que quiso o pudo la autoridad civil legítima, desde los mismos inicios de la república al contrariar deliberadamente órdenes de la Junta Gubernativa. Así también tumbó a Jimenes en 1849. En 1858 tumbó tanto al legítimo gobierno de Báez como a los revolucionarios cibaeños que le trajeron desde el exilio. Ningún jefe militar dominicano ha sido tan indisciplinado, desmoralizador, insubordinado y golpista como lo fue Santana.
No sólo sobredimensionó su propia valía como jefe militar sino que consuetudinariamente quiso desmeritar a todo aquel que brillara o representara algún potencial atisbo de rivalidad. El liderazgo de Báez entre la oficialidad y sus aportes no aparecen detallados en los partes de guerra enviados por Santana a la Junta Central Gubernativa tras la Batalla del 19 de Marzo. Ese silencio era la deshonesta y mezquina manera del León del Seybo de aumentar su propia importancia ante los políticos capitaleños que recelaban al tosco hatero.
Tampoco figuran en sus misivas muchos detalles cada vez que la gloria o el mérito militar correspondían a otro. José Joaquín Puello, héroe de La Estrelleta en 1845 y fusilado por Santana en 1847, y Antonio Duvergé, héroe en Azua, El Memiso, Cachimán y El Número, también fusilado por Santana en 1855, ambos líderes guerreros y próceres de primer rango, nunca recibieron de Santana la distinción que merecían. José María Imbert, héroe victorioso de la Batalla del 30 de Marzo de 1844 en Santiago y en Beler en 1845, no llegó a ser vituperado por Santana pues murió cuando era gobernador de Puerto Plata en 1947, habiendo recibido “el difícil reconocimiento” de Santana, según admite el propio Soto Jiménez.
Seguramente la observación por Báez del desparpajo y farragoso estilo de mando de Santana, más propio de un sargento malhumorado o caporal de hacienda que de un comandante militar, le motivó en su primer gobierno en 1849 a traer a instructores europeos, mayormente franceses graduados de la academia militar de Saint Cyr, para entrenar a los oficiales y a la tropa dominicana.
Un análisis de las batallas militares contra los haitianos antes y después de la primera presidencia de Báez de 1849 a 1853 revela cómo el ejército dominicano varió sus estrategias de guerra. En vez de escaramuzas con palos, machetes y piedras, a cargo de heroicos voluntarios casi desnudos y descalzos, había órdenes de combate, líneas de mando y un adecuado avituallamiento, con fusiles, pistolas, municiones, uniformes y zapatos y provisiones de boca.
Cuando gobernó Báez en 1849 fue la única vez que los haitianos recibieron fuego dominicano en su propia tierra, con exitosos ataques con cañones de la Marina y desembarcos de infantería en Jacmel, Los Cayos, Dame-Marie y hasta las costas frente a San Marcos, al norte de Puerto Príncipe. Después, una filigrana diplomática de Báez con apoyo de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos mantuvo a raya a los invasores del oeste.
Quizás el mayor elogio que pueda hacérsele a la capacidad militar de Báez es que mientras él estuvo al mando entre 1849 y 1853 los haitianos no se atrevieron a provocarle y la única vez que lo intentaron el propio Báez lideró la tropa que los rechazó. En cambio, cada vez que Santana gobernó, el belicoso vecino del oeste entendía que había mejores condiciones para atacar e invadir, por la debilidad dominicana por el mal gobierno del León del Seibo.
Si la preservación de la paz con seguridad es un indicador del éxito de un político o un militar, Báez evidentemente resultó ser un jefe militar superlativamente más eficaz que Santana, aunque ciertos libros de historia propongan lo contrario…