Metempsicosis, reencarnación y el perrito de Platón. Platón creía en la reencarnación, tanto que cierta vez aseguró que su perrito era un amigo fallecido, a quien él reconocía por su timbre de voz cuando ladraba.
Pero reencarnar, aunque sea en un bello perrito faldero, puede ser terrible si a esa alma le tocase una familia o un país conflictivos.
Siglos antes de Cristo, el tema de la reencarnación o transmigración de las almas fue cultivado por Sidharta Gautama (Buda) y otros místicos, filósofos o religiosos orientales.
La reencarnación o metempsicosis es el recorrido individual (solitario) de cada alma humana, de una especie a otra, con el riesgo permanente de regresar a especies inferiores a causa de errores o pecados, como ocurrió al amigo de Platón; y sin poder contar, como en la doctrina de Cristo, con un Espíritu Ayudador, siguiendo un proceso de purificación, arrepentimiento y perdón que permite subir, no solo a estadios (no estadíos) más evolucionados, sino a la misma presencia del Ser Superior.
Según este raciocinio, el cristianismo es la mayor oferta de “markétin” de todos los tiempos; superior al tres por uno, y al “fiao” sin interés.
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Anteriormente, el “pueblo elegido” estaba más pendiente de las tierras que les habían prometido o a un proyecto de nación, que de la otra vida. (El Antiguo Testamento apenas habla del cielo en Salmos y otros escasos lugares).
La versión cristiana tiene un Mesías, un redentor que viene a ofrecerle a la especie humana lo que, en lenguaje dialéctico y marxista es un “salto cualitativo”: o sea, la resurrección, gratuita y sin el riesgo de caídas evolutivas.
A diferencia del ateísmo, en ninguna de esas visiones, budista o cristiana, existe la muerte eterna. Como sí ocurre en el ateísmo marxista, sartriano o de otro, en los que la psique humana se deslíe en una nada entrópica.
El salto cualitativo cristiano, sin embargo, es un proyecto, un plan espiritual en cual el amor y la fe constituyen una energía que “refunde” al yo individual y colectivo con Yaveh, el Yo Soy universal y total.
Buda, como otros pensadores y religiosos orientales tuvo la idea de procurar un camino de apartamiento de la sociedad y del mundo material, encontrando en la meditación un desarrollo psico espiritual que los llevó a vivenciar una intima conexión con el universo, con toda la naturaleza y sus formas acaso superiores de energía psico-espiritual. Llegaron a sentirse ser uno con el universo, o lo que ellos llamaban, con diversos términos, el ser universal.
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El camino de Jesucristo propone similarmente una renuncia a los valores materiales, desapego a lo terrenal y a los goces sensoriales, como a todo lo que no nos conecta con el Dios creador. Juan el evangelista relata en el capítulo 17 lo que escuchó al Maestro en intima comunión con el ser Superior, orar para que fuésemos uno con el Padre. Una formula no totalmente extraña al pensamiento de Buda.
Son tres las opciones: Ateísmo entrópico, la nada; Reencarnación sempiterna, riesgosa; El salto dialectico cristiano, la resurrección eterna.