CIUDAD DE MÉXICO. En el interior de la escuela elemental Francisco Kino de la Ciudad de México, que sirve de albergue para personas que perdieron su casa en el letal sismo de la semana pasada, ha surgido una ciudad en miniatura.
En un patio al aire libre, médicos controlan la presión arterial y los niveles de glucosa en un centro de evaluaciones improvisado. Cerca, a los niños les cortan el pelo mientras sus estresados padres reciben masajes.
Pero la frustración va en aumento en el interior del gimnasio, donde las familias acampan en colchones junto a pilas de sus nuevas pertenencias, procedentes de donaciones.
Los días sin poder acceder fácilmente a una ducha o la pérdida de libertades sencillas como decidir cuándo apagar la luz para irse a dormir son un agravante. Quieren saber cuánto tiempo estarán varados ahí. «Esto es como en un cuento de horror», dice una de las inquilinas.
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Ana María Castañeda, de 49 años y que está allí con cinco familiares. Las más de 12.000 personas cuyas viviendas quedaron destruidas o dañadas por el terremoto de magnitud 7,1 han pasado la menos una noche en un albergue desde el desastre, según el gobierno mexicano.
Las autoridades prometieron el martes dar a las familias que tuvieron que abandonar sus casas una renta mensual de 3.000 pesos (unos 170 dólares) durante tres meses para encontrar un sitio para vivir.
Pero el alquiler medio de un departamento de una habitación en las afueras del centro de la capital mexicana puede doblar fácilmente esa cifra.
«Apoyaremos directamente a las familias con recursos y materiales para reparar los daños parciales o para la construcción de una nueva vivienda», dijo el presidente del país, Enrique Peña Nieto, en un discurso televisado el martes en la noche.