Mi cuñado, el ingeniero Oscar Heberto Martínez Hernández, era un gran emprendedor nacido fuera de tiempo, como su padre, el ingeniero Heberto Martínez, Martínez. Eran personas de una gran inventiva, de un extraordinario sentido de la observación.
Oscar Heberto creó un filtro para reciclar aceite quemado de vehículos, en 1961, luego ideó una máquina que obtenía electricidad de las mareas, colocó un dinamo en la corriente de algunas rigolas para obtener la energía proveniente de las aguas, para energizar casas del borde de los canales.
Todos sus proyectos, inventos, creaciones, tenían una sola tendencia: la independencia energética y el uso de los recursos naturales o reciclables, para beneficio de nuestra población. Oscar Heberto nunca obtuvo financiamiento para desarrollar sus creaciones, sus inventos.
Como él, muchos profesionales dominicanos y otros que no lo son, han visto sus sueños frustrados porque ni siquiera tienen dónde acudir para mostrar sus creaciones, para ser escuchados por interlocutores inteligentes, inventivos, serios.
Entre otros inconvenientes está la creencia de que “eso de inventar es cosa de los blancos, de los de allá ¿quién ha visto que un negrito comecocos del Caribe haya producido ningún invento?
Faltan recursos disponibles para la innovación, para la experimentación, para perseguir los sueños.
¿Acaso no han sido fruto observaciones, experimentos, fracasos, casualidades, pequeños éxitos, los más importantes hallazgos y creaciones humanas?
Lo más importante es que haya quienes escuchen y quienes se decidan a arriesgarse a iniciar nuevos caminos, a trillar sendas alternativas que permitan convertir en realidad los sueños, incluidas las ideas más estrambóticas.
Recién designado como embajador dominicano en Ghana, en el continente africano, durante el gobierno de Juan Bosch, el doctor Washington de Peña Peña se quejaba de que las aguas de los ríos eran vertidas en el mar sin que se aprovechara todo su potencial. Era el 1961.
De entonces acá sólo un visionario como el doctor Joaquín Balaguer invirtió en represar ríos importantes y creó parques como pulmones de la ciudad. Se preocupó, realmente, por la conservación de la cubierta boscosa, dominó a rompe y raja, militarmente, a los depredadores que aún mantienen una práctica ilegal e inhumana de destruir bosques y aguadas.
Más de medio siglo después del reclamo de Washington de Peña, la mayoría de las aguas de los ríos se vierten en el mar sin que hayan sido aprovechadas al máximo en la agricultura, la ganadería en la potabilización para uso humano.
Siempre he pensado que, si se crean grandes reservorios, las aguas de la lluvia pueden ser acumuladas para uso posterior. Asimismo, pienso que si se construyen tantos contra embalses como sean posibles, las aguas se pueden acumular en distintos niveles y aprovechar mejor las épocas de grandes lluvias para evitar desbordamientos.