Como pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando, siendo un adolescente, Gerald Ogando jugaba en el patio de su vivienda en el barrio Cristo Rey a hacer montajes de obras y soñaba con ser uno de los comediantes que veía en los programas de televisión.
Él sabía que algún día habría de ser como una de esas figuras a las que imitaba. Ese pensamiento, que hace tantos años era tan solo un sueño, es hoy una realidad que ha superado sus expectativas, aunque le costó trabajo conseguirlo.
Dieciséis años han transcurrido desde que recibiera la primera oportunidad para trabajar en ese medio masivo de comunicación. Y a pesar de que su camino no ha sido color rosa, la perseverancia y su fuerza de voluntad para no dejarse vencer por los obstáculos le han permitido cosechar buenos frutos. Lo bueno es que no se conforma; con firmeza señala que aún no ha mostrado todo su potencial.
Sus primeros pasos los dio en el teatro. El patio de su casa era el escenario donde junto a sus amigos montaba las comedias que él se aprendía tras verlas en la televisión y que llegó a transformar tanto que un día concluyó que podía escribir las propias.
El inicio de su carrera tiene mucho que ver con Crecencio Cabrera, un actor que hacía de barrendero en un comercial del desaparecido periódico vespertino Ultima Hora. Una tarde, al verlo actuar con sus amigos, este señor, que vivía a unas siete casas de la suya, se les acercó y les dijo que si les gustaba el teatro podían crear un grupo. “Vengan a mi casa para darles clases”, les dijo. “El primer día fuimos doce y al siguiente, cuatro”, añade con una carcajada.
Su interés por el teatro fue de tal magnitud, que en una ocasión y sin que Cabrera se diera cuenta, lo siguió hasta el liceo San Pablo, donde impartía clases de teatro por paga. Antes de que llegara al aula, y para sorpresa del profesor, ya él había ocupado un asiento.
“Él me miró y yo, por la vergüenza, volteé la cabeza. Después dijo: ‘Voy a rifar este libro, Los diez pasos para ser actor, y se lo voy a dar al que me diga el número que estoy pensado’. Yo levanté la mano y dije: el ‘67’. Él me dijo: ‘Usted se lo ganó”, recuerda mientras una sonrisa ilumina su cara al señalar que a lo mejor esta fue la manera de premiar su esfuerzo.
Primer trabajo. Crecencio se encargaba además de llevarlo a los “casting”. A los trece años, su esfuerzo se vio coronado cuando lo eligieron para trabajar en la novela “Amor de conuco”. El salario que recibió fue de cuatro mil pesos. “Ahí empezó todo. De esta producción hasta acá yo he trabajado en más de doce programas de televisión; aunque la gente me conoce más por Jochy”.
Su origen. Geraldo Encarnación Ogando, su nombre de pila, nació hace 29 años en el sector La 70 de Cristo Rey, un barrio de la capital conocido por sus problemas sociales más que por la gente buena que de sus entrañas ha salido. En esta zona de la capital, el comediante vivió junto a su familia hasta los 15 años, cuando sus padres se mudaron a La Toronja de Invivienda, donde aun residen sus progenitores.
A su madre, Urdana Ogando, la describe como una ama de casa no conformista y laboriosa que siempre tuvo su paletera, que vendía limoncillos en la galería de su casa, que administró su propia fritura y finalmente se “consagró” con un colmado, a pesar de que su papá no quería que trabajara. En tanto que su padre, Gerineldo Encarnación, “es un guerrero que siempre ha velado por el bienestar de la familia”.
Esta familia de origen humilde echó a andar a sus hijos con un negocio de venta de plátanos que su padre inició con dieciséis pesos que su madre tenía ahorrados. “Nosotros siempre ayudábamos a papá.
Hace cinco años que yo dejé de vender plátanos. Cuando trabajaba con Masa (Jesús Gil) y con Venya Carolina, aún seguía colaborando con mi papá. Él me daba el pasaje para ir a los programas.”
Ahora es que su trabajo en televisión está un poco mejor. “No siempre estuve tan estable. Iba a esos espacios para tener cierta vigencia, por ir detrás de un sueño, pero no estaba recibiendo una remuneración importante”, aclara este joven, quien además de trabajar en el negocio familiar se dedicó por un tiempo a vender huevos hervidos en la calle y a limpiar zapatos.
Esto último no era del agrado de su padre, porque entendía que sus hijos solo tenían que estudiar, pero su madre consideraba que para que ellos estuvieran en una casa ajena o haciendo algo indebido, era preferible que ocuparan su tiempo trabajando.
“Este fue un tema de debate en mi familia, pero al final le agradezco a cada uno. A papi, por su visión de que los niños no deben trabajar, y a mami por hacernos hombres de bien y entender que las cosas no son como a veces uno quiere y que hay que estar preparado para todo”, cuenta Gerald, quien a seguidas destaca que sus hermanos también se han superado.
El camino hacia el éxito. En estos dieciséis años de carrera, han sido muchos los obstáculos que Gerald ha debido esquivar. Hubo programas en los que incluso no se le pagó un centavo, y a los cuales solo iba con el pasaje de ida y vuelta. Hubo otros espacios en los que le daban un sueldo tan bajo que ni siquiera alcanzaba para cubrir el pasaje. Pero esto no lo tomó a mal. Su interés era mantenerse vigente, darse a conocer… y la perseverancia triunfó.
“Yo no me sentía utilizado; al contrario, yo los utilizaba a ellos, porque sabía que iba a lograr lo que quería. Tengo una frase y es ‘mi fe nunca me permitió ver los obstáculos’. Mi fe es demasiado grande… Dios me ha bendecido”, expresa.
En todo este tiempo -y para conseguir lo que ansiaba-, Gerald incluso ha derramado lágrimas de impotencia, por los maltratos y humillaciones que ha tenido que soportar. Por su aspecto, y por venir de un barrio, ha sido menospreciado y en una ocasión intentaron acusarlo de que había tomado de un camerino 500 pesos que no eran suyos.
“Cuando empecé con Jochy recuerdo que mucha gente le dijo: apágale el micrófono a ese muchacho que viene de un barrio y puede decir cualquier cosa en el programa”, recuerda Gerald y señala que estas palabras fueron muy dolorosas para él. “Pero mientras más me humillaban y me maltrataban yo me sentía más cerca de la meta. Yo me mantuve firme porque aunque me dolía, sabía que al final lo iba a contar con risas”.