Descubrí que a la gente de hoy se le enseña a negar la muerte, y se les enseña que no significa otra cosa que aniquilación y pérdida. Eso quiere decir que la mayor parte del mundo vive o bien negando la muerte o bien aterrorizado por ella. El mero hecho de hablar sobre la muerte se considera morboso, y muchas personas creen que el solo hecho de mencionarla es correr el riesgo de atraérsela.
Otros contemplan la muerte con un buen humor ingenuo e irreflexivo, pensando que, por alguna causa desconocida, la muerte les irá bien y que no hay por qué preocuparse (…)
¡Qué lejos están las dos de comprender la verdadera importancia de la muerte![1]
Todos, de alguna manera, hemos tenido contacto con la muerte. Y no me refiero a las destrucciones masivas producto de las guerras o los desastres naturales. Estos hechos devastadores sugieren una reflexión distinta y que sobre todo, he planteado en otras entregas. Sin embargo, en el libro de SoygalRimpoché“El libro tibetano de la vida y de la muerte”, señala que en la sociedad moderna occidental, el miedo a la muerte pero sobre todo el desconocimiento de la vida futura alimentan la destrucción del medio ambiente que amenaza las vidas de todos.
Pero volvamos al tema de la muerte como una inminencia que nos acecha, que está ahí, que nos visita hasta el momento en que nos toca y partimos de este mundo. Normalmente no pensamos en esto, pues tenemos preocupación por lo inmediato, por las premuras existenciales y de la vida cotidiana. Y sobre todo la juventud, que al decir de SoygaRimpoché “está obsesionada por la juventud, el sexo y el poder. ¿No es aterrador que desechemos a los ancianos cuando termina su vida productiva y dejan de ser útiles? ¿No es inquietante que los llevemos a asilos donde mueren solos y abandonados? ¿No es hora ya de volver a examinar cómo tratamos en ocasiones a quienes padecen enfermedades terminales como el cáncer y el sida?” [2]
Afirma el autor que “la muerte no es deprimente ni emocionante; es sencillamente un hecho de la vida”[3]. Necesitamos, sigue diciendo, descubrir el sentido auténtico de la muerte y de la vida.
Según la sabiduría de Buda, dice Rimpoché, podemos utilizar nuestra vida para prepararnos para la muerte. Para esto, debemos empezar a encontrarle sentido a nuestra vida. Hacer de cada oportunidad un instante, una oportunidad de cambiar y prepararnos, de todo corazón, con “precisión y serenidad, para la muerte y la eternidad (…) La muerte es un espejo en el que se refleja todo el sentido de la vida” [4]
En el “Libro tibetano de los muertos” se aborda no solo el tema de la muerte, sino también de la vida. “En esta enseñanza maravillosa, encontramos la totalidad de la vida y la muerte presentada conjuntamente como una serie de realidades transitorias y en constante cambio llamadas “bardos”, una palabra que se utiliza para denominar a las “coyunturas en las que se intensifica la posibilidad de liberación o iluminación”.[5]
En la filosofía budista se afirma que puede y debe utilizarse la vida para prepararnos para la muerte. “No tenemos que esperar a que la dolorosa muerte de un ser querido o la conmoción de una enfermedad terminal nos obliguen a examinar nuestra vida. Tampoco estamos condenados a ir a la muerte con las manos vacías, al encuentro de lo desconocido. Podemos empezar aquí y ahora a encontrarle un sentido a nuestra vida. Podemos hacer de cada instante una oportunidad de cambiar y prepararnos, de todo corazón, con precisión y serenidad, para la muerte y la eternidad”. [6] Según el punto de vista de Buda, la vida y la muerte son complementarios, forman un todo único. Afirma el autor, que el mensaje fundamental de las enseñanzas budistas es que si “estamos preparados, existe una enorme esperanza, tanto en la vida como en la muerte. Las enseñanzas nos revelan la posibilidad de una libertad asombrosa y en último término ilimitada por la que podamos empezar a trabajar ahora mismo, en la vida; una libertad que nos permitirá elegir también nuestra muerte….”[7]
No cabe duda de que la muerte es un misterio. Tenemos la certeza de que nos llegará un día. Y tenemos la incertidumbre de cuándo moriremos. Se preguntan los budistas ¿Por qué vivimos en tal terror a la muerte? Porque solo conocemos la vida, y por eso queremos seguir viviendo por siempre. Por esa razón, dicen los budistas, “quizás la razón más profunda de que temamos a la muerte es que ignoramos quiénes somos. Creemos en una identidad personal, única e independiente, pero si nos atrevemos a examinarla, comprobamos que esta identidad depende por completo de una interminable colección de cosas que la sostienen…”.[8]
He tenido que lidiar mucho con la muerte. La partida de Peng Sien tiene la singularidad de que es el primer hermano que tenemos que despedir. Después de llorar hasta que se secaron mis lágrimas, lavé mi cara y seguí mi ruta. Lo recordaré siempre. Su silencio y su sonrisa me acompañarán siempre. La vida tiene que seguir hasta que llegue lo inevitable.
“El nacimiento de un hombre es el nacimiento de su pena. Cuanto más vive, más estúpido se vuelve, porque su ansia por evitar la muerte inevitable se hace cada vez más aguda. ¡Qué amargura! ¡Vive por lo que está siempre fuera de su alcance! Su sed de sobrevivir en el futuro le impide vivir en el presente”. ChuangTzu
[1]SoygalRimpoché, Patrick Gaffney y Andrew Harvey (editores), El libro tibetano de la vida y de la muerte, Barcelona, Círculo de Lectores, SA., 1994, 26. [2] Ibidem, p. 28. [3] Ibidem, p. 29. [4] Ibidem, p. 30. [5] Ibidem. [6] Ibidem. [7] Ibidem, p. 34. [8] Ibidem, p. 36.