Durante la Rectoría del Dr. Antonio Rosario, siendo electo vicerrector administrativo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (1977-1979) mi secretaria me anuncia que la Dra. Idelisa Bonnelly de Calventi está en el antedespacho y solicita una cita conmigo. No conociéndola personalmente, pero sabiendo los trabajos que venía realizando como bióloga marina y profesora de la UASD, pido que la haga pasar de inmediato.
Una vez allí, me impresiona su prestancia. Le saludo, le doy la bienvenida y me pongo a su disposición. Sonríe y me responde con igual galantería. Enseguida me explica el motivo y razones de su comparecencia, resaltando la importancia que tiene el desarrollo de las ciencias marinas que viene propugnando como directora del Centro de Investigaciones de Biología Marina (CIBIMA) y la Escuela de Biología de la UASD, ambas entidades de su creación, resaltando la necesidad de preservar y cuidar las áreas protegidas, el medio ambiente, así como los arrecifes costeros y marinos y las diversas especies de nuestros mares, citando el caso de los delfines, las ballenas jorobadas y diversos mamíferos marinos que no dejan de ser de gran atractivo turístico.
De ese primer encuentro quedó sellada nuestra entrañable amistad de admiración y respeto comprometido en ofertarle ayuda económica y mi decidido apoyo en todo lo que fuera necesario para la sostenibilidad y desarrollo de esas dos entidades, como cualquier otro proyecto suyo, viendo florecer, fortalecida, nuestras cálidas relaciones.
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El destino nos depara otro encuentro. El 29 de octubre del año 1981, ingreso como miembro titular de la Academia de Ciencias junto con dos grandes compañeros y amigos, hoy fallecidos, Raymundo Amaro Guzmán y Víctor Melitón Rodríguez. Rondando la Academia me llaman la atención dos grandes cuadros colocados en las paredes del vasto salón principal. Me detengo y quedo estupefacto al ver que mi amiga, Idelisa Bonnelly, como única mujer en la lista de los fundadores de la Academia de Ciencias, pero también como única mujer en el cuadro de los “Laudatio Academia”, la máxima distinción que otorga la ACRD a los miembros más distinguidos y prestigiosos de dicha institución y del país. Idalisa, siempre con su espléndida sonrisa y su mirada luminosa no dejaba de asistir a las investiduras de nuevos miembros, algunos discípulos, como a conferencias y actividades programadas en la Academia siendo invitada de honor, ocupando la primera fila o, últimamente, acompañarme con su bastón para para sentarse en la mesa principal.
Ya en su lecho de muerte, siendo acompañado de dos de sus mejores discípulas y compañeras, la doctora Venecia Álvarez de Vanderhorst y la licenciada Felicita Heredia nos recibió con esa dulce mirada de despedida al hacerle entrega de una placa de reconocimiento que perdurará para siempre.