Introducción. No es fácil resumir en pocas páginas una larga trayectoria de vida, vinculada estrechamente a la vida política, social e intelectual de esta nación, como es mi caso.
En este recorrido se han producido eventos de gran trascendencia para nuestra nación, como la tiranía de Trujillo, la revolución constitucionalista, una intervención militar norteamericana y más de 50 años de cambios económicos, políticos y sociales que han transformado en gran parte a nuestro país.
En ese trayecto, que ha durado casi la mitad de nuestra vida republicana, he tenido el privilegio de sostener mis convicciones en favor del pueblo dominicano, con todos sus riesgos. Para ello he realizado constantes esfuerzos personales, con iniciativas de todo género, sobre todo en la política, la educación, la historia y las ciencias de la conducta.
1. Nacer y crecer en la Era de Trujillo. Mi nacimiento se produjo el 16 de junio del 1936, mediante parto efectuado en la propia sala de la casa, asistido por la comadrona. Como el parto tardaba producirse por el volumen del feto, el Dr. Heriberto Pieter fue mandado a buscar, pero cuando éste llegó, ya mi madre había dado a luz un bebé de casi nueve libras.
Mi rendimiento escolar inicial en el “Kindergarten” 1943-44 fue deficiente, pero fue compensado porque mi madre Ernestina se dedicó durante las vacaciones a enseñarme a leer con los titulares de los periódicos sobre la Segunda Guerra Mundial.
El resto de mi primera infancia la pasé estudiando en el colegio De la Salle, en medio de las limitaciones que imponían la guerra mundial, la dictadura de Trujillo y las reducidas entradas económicas que había para una ya larga familia calificada como “desafecta” por el régimen, debido a declaraciones públicas de papá consideradas subversivas, que le costaron dos temporadas en la cárcel de Nigua, con trabajos forzados.
En 1944 ingresé al cuarto curso de primaria del Colegio Santa Teresita, dirigido por las hermanas Roques Martínez: Lourdes, Minetta e Hitah. De esa época data mi pasión por la lectura: cuentos, tiras cómicas, historias y geografía, eran devorados por mí. Por eso, en lugar de recibir muchas medallas, porque no siempre hacía mis tareas a tiempo, recibí premios como el de Mejor Lector.
De ese período, recuerdo los vínculos de mi hermano Octavio con Oscar Torres de Soto, Leo Nanita y Johnny Puig Subirats en actividades antitrujillistas. Marcio, aún muy joven, entre los 15 y 16 años, también llegó a participar en esos movimientos en los que tuvo contactos con Manolo Tavárez y Rafael Bonilla Aybar; en tanto que el tío Luis F. Mejía Soliere y mi hermano mayor de padre; Gustavo Mejía Maderne, fueron condenados en contumacia a 30 años de cárcel, por participar en la frustrada expedición contra Trujillo desde Cayo Confites, Cuba, en 1947, el primero como dirigente político y el segundo como reclutador y agente de inteligencia en la Universidad de La Habana, Cuba.
En 1949 se produjo el desembarco frustrado en Luperón, con lo que terminó en el país la disidencia organizada. Se reforzó entonces el carácter absolutista de la dictadura, así como la recuperación de la influencia de Trujillo en la región del Caribe.
Los años de secundaria. En septiembre del 1949, habiendo terminado el octavo curso, el grado superior del colegio Santa Teresita, me volvieron a inscribir en el colegio De La Salle para hacer el bachillerato. El 20 de septiembre del 1949, mientras sintonizaba durante la noche noticias de estaciones de radio cubana, escuché por la estación CMQ la infausta noticia del asesinato de mi hermano Gustavo en el balneario universitario de Marianao, en las cercanías de la Habana, Cuba, a manos de una pandilla parapolicial vinculada al conocido gánster político Rolando Masferer, que operaba desde la cafetería de dicho balneario, encabezada por Modesto González del Valle, para traficar con drogas. Como éste los expulsó en su calidad de administrador de dicho centro; estos lo asesinaron con 14 balazos.
En el segundo año de bachillerato; tres días consecutivos de retiro, en el Convento de Dominicos, vecino del colegio, para hablarnos solo de la confesión, tuvieron la virtud de que abandonara mis ya escasas convicciones religiosas por una visión no dogmática y filosófica acerca del hombre y su destino, no vinculado a la tutela clerical, aunque no atea; lo que me hizo pedir a mis padres que me inscribieran para cursar el tercer año en la entonces Escuela Normal. Durante esos dos últimos años del bachillerato, en un ambiente de buenos maestros y algunos estudiantes con espíritu no dogmático, aun con las limitaciones de vivir en una dictadura, y con un ambiente doméstico critico al régimen trujillista, terminó en 1953 la etapa de mi adolescencia puberal.
Los años universitarios, el despertar político y desarrollo ético-social. En octubre del 1953 inicié mis estudios de Medicina en la entonces Facultad de Medicina de la Universidad de Santo Domingo. Para ello hube de procurarme “Los tres golpes”, es decir, la cédula personal de identidad; “la palmita”, o carnet del Partido Dominicano de Trujillo’ y el carnet de inscripción en el Servicio Militar Obligatorio, que eran parte del ritual necesario para ingresar a ese centro de estudios.
Tras finalizar mi primer año de medicina en 1954, dos viajes ocuparon mi atención preferente. Uno fue a Jarabacoa con mi hermano Octavio, donde compartimos e hicimos amistad con Minerva Mirabal y un grupo de jóvenes, con quienes realizamos una excursión hasta el Salto de Jimenoa. La belleza, inteligencia y carisma de Minerva nos impresionó.
En 1954 también viajé a Puerto Rico y me hospedé en la casa de mi prima Monserrat Brossa Mejía, casada con el Dr. Edmundo Taveras Rodríguez, sobrino del general y hacendado Juan Rodríguez Vásquez, quien tenía importante participación en las actividades antitrujillistas. Allí me encontré con muchos exiliados antitrujillistas, entre ellos Santiago Michelena, el Dr. Miguel Pardo, Oscar Torres y Moisés De Soto Martínez. También leí varios libros de oposición al régimen, entre ellos, el de mi tío Luis F. Mejía titulado: “De Lilís a Trujilo” y el de mi primo Félix A. Mejía: “Vía Crucis de un Pueblo”.
El 1955, fue el año en que Trujillo llegó al zénit de su poder. Su alianza con los Estados Unidos, Cuba, Venezuela, España y la Santa Sede. La estabilidad económica y la celebración de la “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre”, le dieron un gran impulso a la urbanización de Ciudad Trujillo, lo que atrajo a ésta a obreros, artesanos profesionales y turistas por las numerosas obras y los atractivos que ésta trajo, hasta fines del 1956, que derivaron en una creciente población arrabalizada en la capital.
Así, el respeto a la justicia y la tolerancia como valores fundamentales de la convivencia civilizada, así como el carácter resiliente de mi pensamiento y conducta, me hizo poco proclive a aceptar sin discusión ideas y hechos establecidos.
El país, que había permanecido aislado de las corrientes de pensamiento en el orden político; en lo económico se acompañó de la absorción por Trujillo de casi toda la industria azucarera y gran parte de la manufacturera. Su alianza anticomunista con los Estados Unidos para el control del Caribe, el Concordato con el Vaticano y el acercamiento con la España de Franco, abrieron nuevas avenidas. En casi todos los actos de adhesión a Trujillo que se realizaban en el país desde entonces, figuraban sacerdotes como oradores, mientras funcionarios y altos oficiales, encabezados por Ramfis Trujillo, asistían regularmente a los “cursillos de la cristiandad” organizados por el padre jesuita Luis González Posada, consejero espiritual del hijo del dictador.
Pero desde 1956, la situación política internacional comenzó a modificarse en contra de Trujillo y su régimen. La guerra fría fue dejando espacio a la convivencia pacífica entre el Este y el Oeste; el secuestro en Nueva York, posterior traslado al país y asesinato del profesor e intelectual vasco Jesús de Galíndez, quien había estado exiliado en Santo Domingo y escribió una obra enjundiosa sobre la Era de Trujillo; las travesuras y escándalos de Ramfis, rechazado en una escuela de estado mayor en Estados Unidos y el rompimiento con el Pentágono norteamericano que eso trajo, la recesión económica por la baja en los precios del azúcar y las prácticas monopolistas del dictador, sus familiares y asociados, así como la caída sucesiva de las dictaduras de Odria en Perú, Magloire en Haití, Gálvez en Honduras, Perón en Argentina, Somoza García en Nicaragua, Remón en Panamá, Rojas Pinilla en Colombia, Pérez Jiménez en Venezuela y finalmente Fulgencio Batista en Cuba; fueron creando las condiciones subjetivas para que surgieran nuevas esperanzas y conspiraciones, entre las cuales se destacaron las de Rafael Estévez Cabrera en Moca y de Cocuyo Mieses en la Capital de la República, que fueron reprimidas brutalmente.