III
Organizando atentados e insurrecciones contra Trujillo. El develamiento del Movimiento 14 de Junio en enero del 1960, llevó a quienes nos salvamos, a la certeza del peligro que conllevaba su ampliación, y nos convenció de que un atentado, acompañado, una vez tuviera éxito, de golpes a los centros de poder de la ciudad como destacamentos de policía, estaciones de radio y televisión; planta eléctrica, etc; que no requerirían muchos recursos.
El plan consistió en ultimar a Trujillo con explosivos activados por control remoto, colocados en las alcantarillas situadas justo debajo de donde se sentaban casi diariamente el tirano y sus acólitos luego de visitar a su madre, en los bancos situados en la esquina formada por las avenidas Máximo Gómez y George Washington, de Santo Domingo.
Esos planes fueron discutidos con un grupo de conspiradores en el que figuraban además César (Negrito) Vidal, Carlos Lizardo, Mario y René Sánchez Córdoba, Rhino Mejía, César Rojas y otros, con vistas a encontrar un lugar donde recibir por paracaídas desde un avión, y equipos necesarios para hacer estallar el artefacto y armas para completar un ataque por sorpresa.
Para lograr ésto me puse en contacto con Marcio en Caracas, revelándole el plan y la necesidad en que estábamos de los suministros comentados. Este me indicó la posibilidad de obtener un submarino venezolano para cumplir la misión solicitada; por lo que pareció necesario buscar una alternativa marítima para su entrega. En eso se produjo el contacto con Fidelio Despradel a través de su tía Minetta Roques, fundadora y maestra del colegio Santa Teresita.
Entonces realicé gestiones frenéticas para reclutar nuevos conspiradores, para lo cual tuvimos que incorporar otras figuras como el expedicionario sobreviviente Poncio Pou Saleta y activistas del Movimiento Popular Dominicano (MPD) encabezados por Máximo López Molina, que sufrían la represión trujillista.
Mi persecución a muerte. El día 10 de septiembre fui requerido en mi casa por agentes del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) para que los acompañara. Al verme en ese trance de vida o muerte, pedí a mi madre que solicitara a los agentes que esperaran para poder vestirme, lo que me permitió escabullirme por la parte trasera.
Luego de hacer una llamada a mamá y comprobar la gravedad de mi situación, me dirigí a la Embajada de la Guatemala de Idígoras Fuentes, que era la única representación latinoamericana todavía abierta, luego de la decisión de la Conferencia en Costa Rica de romper relaciones diplomáticas con Trujillo y penetré en la Embajada mencionada.
Cuando me presenté allí, luego de burlar la vigilancia policial, el embajador, Ramiro Lovera, me dijo que no podía concederme el asilo, porque ya se había cerrado la Embajada, y en presencia mía hizo bajar del frente de la casa la placa y colocar la de simple consulado.
Frente a esa situación, virtualmente condenado a muerte, y con un agente policial en el exterior de la casa, no vacilé: arranqué un sable que estaba de exhibición en una pared de la Embajada y le exigí al embajador que me sacara de allí en su auto inmediatamente y me llevara a las cercanías de la Embajada norteamericana.
No sé si fue por el sable, que quizás él podía tratar de contrarrestar con un arma de fuego, o por la mención intencional que yo hice de la embajada norteamericana, con la cual él probablemente no quería meterse en problemas; o por ambas cosas a la vez; lo cierto es que el embajador, ya convertido en cónsul, procedió sin pérdida de tiempo a sacarme en su automóvil y llevarme a los alrededores de la embajada norteamericana.
Cuando me vi desamparado y perseguido, cerca de la antigua embajada norteamericana, entonces convertida también en el consulado de Estados Unidos, hice lo que me pareció mejor para salvarme a mí y a los conjurados que estuvieran todavía libres,
Así, penetré a la Embajada norteamericana a donde nunca antes había estado, pedí hablar con el funcionario superior de esa representación, Henry Dearborn, flamante cónsul y según me enteré después, jefe de estación de la CIA en el país, a quien le indiqué mi situación, la gran importancia del movimiento conspirativo y la implicación de algunas personas que podrían correr peligro si me detenían, de quienes sabía que los norteamericanos tenían alta estima, como los doctores Luis Manuel Baquero y Jordi Brossa Mejía, vinculados desde hacía tiempo por razones profesionales a la Embajada y relacionados estrechamente al movimiento antitrujillista.
Al día siguiente, aprovechando la partida hacia Puerto Rico de un pequeño avión con correspondencia fui colocado como un bulto más en el depósito del avión.
Les expliqué a los agentes norteamericanos en qué consistían básicamente nuestros planes; los que les parecieron bien concebidos y manifestaron que consultarían para ver si podían apoyarlos. Pero les respondí que ésto solo sería posible si permitían que se desarrollaran sin interferencias de su parte, en cuanto a la dirección de las operaciones.
Tanto Jimenes Grullón como Vega, citan un memorándum de la CIA (la Agencia Central de Inteligencia Norteamericana) del 3 de octubre del 1960, dado a conocer por una Comisión Investigadora del Senado de ese país, como el primer documento en que se trata ese asunto como un plan concreto.
Todo ello indica que fue sólo después de fracasado el intento de obtener apoyo por la vía de Venezuela, es decir, en septiembre de 1960, y luego de yo ser perseguido por los sicarios de Trujillo, que dichos planes de eliminación física y golpe de Estado estuvieron bajo consideración de los representantes norteamericanos. De acuerdo al memorándum norteamericano citado: “habían sido desarrollados sobre una base tentativa que parecía factible y los cuales podían ser llevados a cabo con la cobertura de la CIA y un mínimo de riesgo de exposición”.
Nosotros decidimos aprovechar esa coyuntura para provocar la caída de la tiranía trujillista y no me arrepiento de ello. Lo cierto es que en mi aislamiento de tres meses que transcurrieron desde mi salida del país, entre septiembre y diciembre del 1960, comenzó a fructificar con el inicio de los contactos con Juan Jimenes Grullón, y con el propio Fidelio, auspiciados por mí, así como otras gestiones, el nuevo plan para derrocar al régimen trujillista.
Después de la tregua impuesta por las navidades, me apresté con entusiasmo a ejecutar los planes, en los que tanto Fidelio como Luis Gómez debían jugar un papel importante, de acuerdo a mis designios. Me trasladé a Puerto Rico, donde me junté con Jimenes-Grullón, Dalmau Febles, Tito Cánepa y otros compañeros de confianza del primero, para iniciar desde allí las actividades concretas de ejecución del plan.
Cuando se produjo la invasión de Bahía de Cochinos contra Fidel Castro las cosas comenzaron a verse de otro modo, según la narración por Jimenes Grullón: “Estoy convencido -me dijo- de que Washington ha estado jugando todas las cartas y no ha cumplido el compromiso a que llegó con nosotros. Llegamos a la conclusión de que nuestra actitud debía ser la de espera, pues era evidente que en virtud de la posición asumida por Venezuela y otros países del Caribe, los Estados Unidos no podían renunciar a su tesis de “democratizar” el país después de eliminado Trujillo, y esto abría el campo a múltiples contingencias imprevisibles, las cuales podían obligarnos a determinadas actuaciones, acordes con el afán de cambios que alentábamos”.
Muerte de Trujillo y liquidación de su régimen. Al producirse la muerte de Trujillo el 30 de mayo de 1961, ya estaba claro para nosotros que Washington estaba dirigiendo sus gestiones políticas por caminos diferentes al que nosotros pretendíamos. Los contactos norteamericanos me habían cuestionado en dos ocasiones acerca de los generales Juan Tomás Díaz y José René Román Fernández, y por Antonio Imbert Barreras, lo que llamó mi atención.
El día 31 de mayo de 1961, fecha en que fue conocida en el mundo la noticia de la decapitación de la tiranía trujillista, me correspondió a mí organizar en esa isla las manifestaciones antitrujillistas y el asalto al Consulado Dominicano en San Juan, acción esta última que no pudo completarse totalmente por la intervención de la policía de esa ciudad.
Tras la muerte de Trujillo, y sabedores de que en lo adelante debíamos contar con las propias fuerzas de los dominicanos para ayudar a democratizar al país, el Dr. Jimenes Grullón y yo decidimos crear una organización política de orientación progresista que aglutinara a la mayor parte del exilio dispuesto a contribuir para que el pueblo dominicano se desembarazara del régimen trujillista residual, encabezado por el binomio Ramfis-Balaguer, propiciando dicho proceso.
Organizamos un gran encuentro de dominicanos residentes en Puerto Rico que atestó los salones del hotel “La Concha” de San Juan, en el que además de Jimenes-Grullón pronuncié un largo discurso que fue muy aplaudido. Allí quedó constituida en julio de ese año la Unión Revolucionaria de Exilados Dominicanos (URED) lo que constituyó un extraordinario éxito, dada la asistencia al acto y el volumen de las solicitudes de inscripción presentadas. Pocos días después otra gran reunión similar en el “Audubon Hall” de la ciudad de Nueva York, donde quedó constituida una filial de la URED bajo la dirección de Juan M. Díaz.
Pero esa organización tuvo solo un éxito pasajero, pues luego de la llegada al país de la Comisión del Partido Revolucionario Dominicano, el 5 de julio del 1961, y de la aparición de la Unión Cívica Nacional (UCN) el día 9; el teatro de los acontecimientos se trasladó rápidamente a la República Dominicana. En este sentido fue nuestro último artículo en noviembre del 1961 del órgano informativo de la URED.
La conjura ante la Historia. Pienso que no fuimos engañados en nuestra buena fe por los norteamericanos, quienes me habrían tomado de instrumento para realizar “una labor de distracción”. Como comentó luego Fidelio Despradel, creo que luego de decidirse una colaboración con nosotros en función de sus propios intereses, éstos decidieron apoyar al grupo de acción que cometió el ajusticiamiento de Trujillo, en razón de sus mayores posibilidades de éxito, y más confianza política en sus integrantes, todo lo cual los llevo a cancelar nuestro plan sin informárnoslo.