Cincuenta años fue la duración de la vida del hombre que marcó su generación, no con los mejores recuerdos.
Las múltiples acusaciones de orden sexual en relación con niños, persiguieron por muchos años la tortuosa existencia de aquel que contó con ciegos seguidores alrededor del mundo.
Los artistas se caracterizan por una vida marcada por la hipocresía y la simulación. Michael Jackson no fue la excepción.
Es paradójico, pero la tristeza, la soledad, la amargura y la prostitución, acompañan los años de quienes arrastran frenéticas multitudes intoxicadas por quienes saben mercadear la fama. ¡Qué pena!
Qué pena que un hombre permanezca cincuenta años en esta tierra de infelicidad y frustración y deje atrás multitudes encantadas, embriagadas de una música y un ritmo que sólo ofrece movimientos vacíos y sin respuesta alguna a la necesidad del alma. La sed del alma es la realidad que nada ni nadie puede saciar; únicamente Jesucristo puede hacerlo.
Cuando una sociedad rinde culto de exaltación y honra a una vida como la de Michael Jackson está asistiendo al entierro de la moral, la integridad y los mejores valores de la vida.