Miguel Vargas se ha mostrado como un gran canciller. Llegó al imponente Ministerio de Relaciones Exteriores sustentado en un acuerdo congresual rubricado el 2016 entre su PRD, de orientación socialdemócrata, y el gobernante PLD, centrista, en la persona del Presidente Danilo Medina.
Desde su designación, Vargas ha vigorizado la cancillería cumpliendo con el principal precepto legal de esa institución: “Las relaciones exteriores de la República Dominicana son dirigidas por el Presidente de la República. La Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores tiene por finalidad auxiliarlo a través de su Secretario (Ministro) de Estado, en coordinación sistemática de los principios fundamentales de la política exterior de la República Dominicana, en la orientación y súper vigilancia de las misiones diplomáticas y de los servicios consulares y en la gestión de los demás asuntos inherentes a la Secretaría”.
Seria prolijo detallar aquí el activismo diplomático de los últimos trece meses. Pero la verdad es que las acusaciones contra el país en materia de derechos humanos han mermado considerablemente, las relaciones con Haití lucen distendidas debido a la dedicación esmerada, cuasi personal, del ministro Vargas. Lo propio ocurre con las naciones isleñas anglófonas y francófonas del Caribe miembros del CARICOM, adeptos al vecino Estado. Se han fortalecido los vínculos con los socios comerciales en Centroamérica y de América Latina en general, robusteciendo los lazos con los organismos multilaterales, ONU, OEA y Unión Europea.
Destaco la neutralidad frente a Washington en el caso Venezuela y de otras naciones, el diálogo que impulsa el Presidente Medina para subsanar la crisis venezolana, los nexos con Rusia, Azerbaiyán y Turquía, el asiento que ocupará RD en el Consejo de Seguridad y la probable oficialización de las relaciones con Beijing, la asistencia a naciones afectadas por desastres naturales. Vargas es un gran canciller.