Ucrania celebra un triste Día de la Madre, en el que miles de mujeres recuerdan a sus hijos, muertos mientras ayudaban a repeler la invasión rusa, e intentan encontrar consuelo en preservar su memoria y en la importancia del sacrificio que hicieron para proteger a otros.
«Estas son las últimas flores que mi hijo me regaló para el Día de la Madre del año pasado». Larysa Zabavchuk muestra una foto suya, sosteniendo un espléndido ramo de flores blancas junto a su hijo Mykola, ingeniero informático de 25 años.
Mykola se lo regaló con retraso, el pasado junio, después de que ella regresara de un refugio temporal en Polonia, y mientras él se entrenaba tras alistarse como voluntario en las Fuerzas de Defensa Territorial locales.
En menos de dos meses, estaría muerto, en un ataque con misiles en Kramatorsk, cerca de la línea del frente en el este.
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Mientras muestra las fotos de su hijo y los numerosos premios que ganó en kickboxing y levantamiento de potencia, Larysa alterna sonrisas de orgullo y lágrimas.
«Nos queríamos mucho. Era decente y amable. Quiero contarle a todo el mundo lo héroe que era», dijo a EFE su madre, Larysa, en el tranquilo apartamento de la familia en Leópolis.
«Cuando empezó la invasión, Mykola dijo que nadie nos haría daño a mí, a mi hermana y a sus hijos. Iba a protegernos hasta la última gota de su sangre», recuerda.
Mientras el país se esforzaba por repeler la ofensiva rusa, Mykola fue trasladado a la región de Donetsk.
«Él no quería ser soldado y planeaba volver a una vida pacífica una vez que la guerra hubiera acabado, desarrollarse profesionalmente, viajar, casarse. Pero no se escondió ni huyó», subraya Larysa.
Tras su muerte, la madre de Mykola trata de encontrar un sentido en el voluntariado y en su trabajo como profesora de escuela. Cualquier cosa puede causar todavía un dolor agudo.
«En cuanto veo a un niño pequeño en la calle pienso en el hijo que Mykola quería tener. Cuando veo a un hombre alto con barba pienso inmediatamente en mi hijo».
Larysa ha encontrado apoyo entre las familias de otros soldados asesinados, que conoció en el cementerio militar Lychakiv de Leópolis.
Al igual que Larysa, Anna Karashetska acude a la tumba de su único hijo casi cada día.
«Aquí nos entendemos mutuamente», comparte con EFE.
Myjailo Mijeiev, de 25 años, servía como soldado profesional en la 80ª brigada de paracaidistas cuando comenzó la invasión. Herido cerca de Bucha, comenzó una larga rehabilitación, pero se sentía mal por estar lejos de sus compañeros de armas.
«Me dijo que los rusos no pararían hasta conquistar toda Ucrania. Así que alguien tenía que hacerles parar», recuerda Anna.
Myjailo volvió al frente en junio y murió en combate en la región de Donetsk. Como paracaidista, explica su madre, siempre estaba delante de otros.
Hasta el día de hoy, todavía no puede aceptar su muerte.
«Era tan feliz al haber encontrado el amor verdadero antes de la invasión. Tenía un gran sentido de la justicia y habría llegado lejos en el ejército, pero también estudiaba y se preparaba para una vida como civil. La guerra se lo llevó todo», dijo, acompañada de su prometida Valeriia, junto a la tumba de Myjailo.
La conmoción por la muerte de su hijo fue tan fuerte que Anna apenas pudo caminar durante meses.
«Fueron sus palabras las que me salvaron. Él sabía que podía morir, pero aun así consiguió inyectarme tanta vida, tanta certeza de que tengo que seguir viviendo incluso sin él», recuerda Anna.
Para Larysa y Anna, preservar la memoria de sus hijos es extremadamente importante.
Junto con otros padres, han plantado árboles en memoria de sus hijos y han contado sus historias a la plataforma online «Memorial».
«Queremos recopilar las historias de todas las víctimas de la invasión rusa. Detrás de cada número en las estadísticas hay una vida», dijo a EFE la editora de la plataforma, Anastasia Abramets.