La militancia política con verdaderos ribetes democráticos no puede asumirse como un acto de complicidad. Coincidir, definir metas en común, articular mayorías electorales se asocia con un interés colectivo, incapaz de restringir la diversidad de ideas.
Constituye un insulto limitar los espacios disidentes en el seno de las organizaciones llamadas a democratizar la sociedad.
Los episodios de intolerancia y/o irrespeto al que piensa diferente representaron el punto de partida de las grandes tragedias partidarias.
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Augusto Lora creyó ingenuamente en la posibilidad de estructurar un relevo que, con el paso del tiempo, se reiteró la desgracia en los hombros de Fernando Álvarez, Víctor Gómez y Jacinto Peynado. Y sus » pecados» se circunscribieron al legitimo derecho a aspirar.
Aunque resulte irónico, la fuerza partidaria históricamente discrepante sucumbió debido al desbordamiento de competencias caracterizadas por lo estrictamente personal, desoyendo la raíz fundacional, donde la escuela plural provocó comportamientos fratricidas y su etapa cruel en manos de un personaje orientado por el dinero. Así, Guzmán, Majluta y Peña, concluyeron un ciclo caracterizado por la irracionalidad sin precedentes. Y hasta el relevo de Bosch, anduvo en ejercicios de disputas legitimas degradadas por la incapacidad de cohabitar y un inusitado afán de liquidar por vía de la narcotización, al rival interno. ¡Dios mío!
En el PRM no se puede liquidar el disenso y mal creer que las verdades únicas y sentido de obediencia están pautadas por el presupuesto nacional.
Por el contrario, las visiones diferentes permiten preservar en la jurisdicción partidaria el altísimo nivel de inconformidad, y contribuyen al contrapeso necesario. Y no percibirlo desde el poder o responder con etiquetas malsanas la crítica interna, lo único que produce es no cicatrizar heridas y aproximar la voz discrepante al deseo de derrotar.
Miolán, Decamps y Vargas, expresan la dosis de irracionalidad en la lucha partidaria del ayer PRD y hoy PRM.
El PRM debe exhibir las destrezas de no reproducir los vicios del PRD en su tramo previo a la separación y nacimiento del PRM.
Al final, nada daña tanto a una organización que la adulación enfermiza y vocación por destruir la voces discrepantes. Ahí están hechos, después llegaron las lamentaciones. ¿Qué necesidad tenemos de repetir los fatales episodios?