La respuesta que la procuradora general de la República, Miriam Germán, dio a los reporteros y las reporteras ante el funeral del ministro Orlando Jorge Mera, debe suponer un llamado a la autorreflexión de la praxis periodística de lo inmediato y lo sensacional, aliada de audiencias que crecen en su culto a la espectacularidad, lo líquido y mórbido.
«Les voy a decir algo. Ustedes deberían tener la suficiente condición humana para respetar el dolor ajeno», respondía la procuradora ante una batería de preguntas a menos de 15 metros de distancia del inesperado velatorio; expresiones que remiten a uno de los escritos éticos más trascendentales para la profesión de periodista, realizado en 2003 por el maestro polaco Ryszard Kapuscinski: «Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos (…) Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias».
La tragedia que enlutese a la República Dominicana requiere, como ha solicitado la procuradora Miriam Germán, de una prensa humana, capaz de anteponer la dignidad a la supuesta rentabilidad; la profundidad al «like» o a las reproducciones.
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Una prensa, como compartía el profesor Orlando Jorge Mera en sus cátedras sobre Derecho Mediático, que ofrezca informaciones para crear espacios de diálogo, equidad y pluralidad, a fin de construir una verdadera cultura de paz.
De hecho, el clamor de la procuradora no se limita a la cobertura del lamentable funeral, y tampoco lo habría querido así el profesor Jorge Mera, quien explicaba a su alumnado de periodismo cómo una praxis deshumanizada revictimizaba a las víctimas y traumaba de por vida a sobrevivientes; complejizaba casos jurídicos o imposibilitaba acuerdos.
Una prensa carente de humanidad apologiza a tiranos, dictadores, corruptos, asesinos. Agrede improntas y desvirtúa la memoria, y peor aún, puede silenciarlas por una eternidad.
Lejos de tildar la respuesta de la procuradora Miriam Germán como limitante de la libertad de expresión o infravalorar la labor de la prensa, como han señalado algunos comentaristas y opinadores, constituye el necesario tinnitus que se requiere para auto revisar la genuina e importante tarea de informar.