Cuando los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús llegaron a República Dominicana para dar a conocer la devoción, fueron vistos por la población no solo como líderes espirituales sino, además, como héroes sociales. Entonces, 1936, no abundaban medios de transportación vehicular y ellos iban a lomo de mulos a evangelizar, trasladar enfermos a la capital, proporcionar alimentos, aplicar los santos óleos a moribundos, preparar niños para la primera comunión…
Un activo servidor fue el padre Adriano MacShine, quien pernoctaba en las comunidades y cuando regresaba estaba tan agotado que “se amarraba al animal” por si se quedaba dormido ya que, en ocasiones, no solo llevaba al paciente al centro de salud sino que también lo esperaba.
Los primeros procedían de Canadá y se establecieron en Sánchez, Samaná, Santiago de los Caballeros y entre estos estaban Juan María Legendre, que en los años 70 también acompañaba a los afectados de salud hasta Santo Domingo, desde Villa Rivas, Ciprián Fortín, Carlos Guillot, Bernardo Ruel, el hermano Cleofás Lavardier, recuerda el padre Juan de Jesús Rodríguez Castro, Juanito, director de la Hermandad del Sagrado Corazón de Jesús, exsuperior de la Orden y exdirector de la revista “Amigo del Hogar”, de gran circulación y aceptación entre los católicos.
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En un momento, el número de religiosos llegó a 44 “y se fueron estableciendo en Jánico, San José de las Matas, San Francisco de Macorís, Pimentel, Castillo, Villa Rivas, Nagua, Matancitas, Cabrera y Monte Plata”, lugares por los que se movilizaban a caballo.
“Se desplazaban por campos, pueblos, lomas, aldeas e iniciaron la catequesis, la entronización de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús consagrándolo a las familias. Hay un compromiso de orar y comportarse según las leyes de Dios”, afirma Rodríguez Castro.
En el hogar, la iglesia, hay una promesa de imitar las virtudes del Sagrado Corazón de Jesús, y ello debe ir acompañado de obras de misericordia, como alimentar a los hambrientos, saciar la sed, visitar a los presos, consolar a los tristes y deprimidos, auxiliar a los aquejados por enfermedades, manifiesta.
“Esos grupos se ocuparon también de ir a predicar a la gente y realizar las obras de misericordia, como lo hacía Jesús”, significa.
Incluían acciones espirituales: el perdón, la ternura, acoger a la gente con cariño, agrega.
Ya conocida y enraizada la veneración en todo el país, los misioneros se desplazaron a Cuba, Haití, Canadá y otros países “para llevar el Corazón de Dios”.
“El remedio…”. Los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús “tienen por carisma difundir la devoción”, señala el padre Juanito. La congregación fue fundada en Francia, en 1854, por el sacerdote Julio Chevalier. Entonces el pueblo la llamaba “Misiones de Issoudoun (localidad francesa), pero Chevalier protestó: “¡No!, Misioneros del Sagrado Corazón”, narra Rodríguez.
“El padre Chevalier vio la indiferencia, la frialdad de la gente en esa región, y dijo: El remedio a tantos males lo tiene el Sagrado Corazón de Jesús. Tenemos que cambiar, debemos ser el corazón de Dios en el mundo”.
En República Dominicana ese fervor al Sagrado Corazón de Jesús se acrecienta y se manifiesta los primeros viernes de cada mes en misas, rosarios y Horas Santas; en los hogares; en la unión familiar, las obras de caridad, la presencia de la imagen en las casas y en la considerable cantidad de calles, escuelas, colegios, plazas, restaurantes, templos con ese nombre.
Aunque los Misioneros del Sagrado Corazón que pisaron por primera vez suelo dominicano procedían de Canadá, ese país está ahora “en déficit profundo” de clérigos, comenta Rodríguez. Ante esa situación, los eclesiásticos dominicanos viajan allí a seguir promoviendo la veneración.
“Es un poco de gratitud, porque ellos vinieron y sembraron”. Es como ir a su tierra natal a llevar los frutos.
Las calles
Con las denominaciones de las vías, según el padre Juan, “la gente da a entender que no hay nada más grande que el Corazón de Dios y que este es el remedio a los males de todas las épocas. Ese amor se humanizó en el mundo, nada más perfecto, más saludable, que ese amor, que es lo que Dios sabe ser”.