Uno de los problemas más serios de la vida de fe es cómo seguir adelante, cuando arrecian las dificultades y nos sentimos solos y amenazados de fracaso y de muerte. Cuando nos va bien, exclamamos: “¿quién me hará temblar?”.
Pero la mayoría de las veces tenemos que seguir buscando el rostro del Señor en medio de la oscuridad, esperar en el Señor, ser valientes y animosos (Salmo 26). ¿En quién podemos apoyarnos?
El Evangelista Lucas 9, 28b – 36 nos coloca junto a Jesús, orando solo en un monte junto a tres discípulos. Más y más, Jesús se apoya en su Padre para ser valiente, pues aunque su prédica y sus acciones son una buena semilla, muchos la rechazan.
Jesús va viendo que caminar hacia Jerusalén, centro del poder hostil del templo y de la ley, es enfrentar la muerte.
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La oración fortalece la fe de Jesús y transforma su rostro y las ropas en un blanco de gloria. Moisés y Elías iluminan la muerte que Jesús va a encarar en Jerusalén. En la muerte de Jesús hay que reconocer el cumplimiento de todo lo prometido a Abrahán, la Ley y los Profetas.
Hasta ahí lo prometido, pero ahora los cubre una nube. Se trata de la nube del éxodo por el desierto, la nube del Sinaí, lugar de la alianza y de la ley. La nube anuncia un nuevo éxodo y una nueva alianza. De la nube brota una voz: “Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”.
En la cuaresma y la vida, por vivir la fe enfrentamos la cruz y el fracaso. La voz nos deja ante Jesús solo, pues en su pascua aprendemos que creyendo, pasamos de la cruz a la luz.
Podemos ser valientes, animosos y esperar en el Señor (Salmo 26).