Molina Morillo era diferente

Molina Morillo era diferente

Hay periodistas que se aprovechan de nuestra actual democracia para maltratarla como si se tratara de la peor dictadura. Hay otros, que desarrollados en la sanguinaria tiranía trujillista, sobrevivieron y lograron erigirse paladines de la libertad de expresión. A esta élite última pertenece Rafael Molina Morillo.
De su libro “Mis recuerdos imborrables”, que me dedicó con la leyenda: “al buen amigo y colega Melvin Matthews”, extraigo la experiencia vivida por Molina Morillo al momento de cubrir para El Caribe el viaje de Trujillo a España en 1954:
“¿Cuándo usted regresa a la Patria?”
“-Cuando usted diga, Jefe-, fue mi respuesta, porque ya yo estaba aprendiendo a manejarme en esas situaciones.”
“-Pues vaya, espere a que yo llegue a Ciudad Trujillo, y véame en el Palacio Nacional.”
“-Muy bien, Jefe.”
“Para mis adentros –dice Molina- la conversación había terminado, pero el hombre volvió al ataque y me dijo muy en serio: -Ah, mire: del dinero que usted me tiene guardado, entréguele diez mil pesos al Embajador.”
“-Me quedé frío como una lápida de mármol en una noche lluviosa. No sabía de qué me hablaba ese hombre todopoderoso, a quien no se le podía decir que estaba equivocado, que yo no tenía dinero suyo…”.
“Viéndome en apuros, el embajador García Godoy parece que se conmovió e intervino: -Molina, el Jefe está bromeando. La verdad es que me ha ordenado a mí entregarte diez mil pesos a ti, como muestra de que está satisfecho con el trabajo que has hecho.”
“Agradecí el obsequio lo mejor que pude dentro de mi turbación, recibí el dinero en efectivo y con él, cuando estuve de vuelta en mi país, compré mi primer automóvil, un Zephir-Six negro, de seis cilindros.”
¿Soborno o extorsión? Ninguna de las dos: hombría. Él era diferente.

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