El arzobispo metropolitano de Santiago, Héctor Rafael Rodríguez, ha llamado al pan, pan, y al vino, vino, al denunciar que sectores del exterior y del interior del país “buscan desarticular la paz política, social y económica que con tanto sacrificio hemos alcanzado”.
Esas presiones, que como dice monseñor Rodríguez conspiran contra nuestra soberanía, “nos están dando un medicamento que puede resultar peor que la enfermedad”.
Muchos opinamos que las presiones diplomáticas que vienen del exterior, a las que se suman sectores políticos y de opinión locales, persiguen en el fondo que República Dominicana cargue con los fracasos de los haitianos en organizarse como proyecto de nación.
Es lo que he caracterizado como la aviesa intención de extender a toda la isla la ingobernabilidad social, económica y política haitiana, lo que constituye “un remedio peor que la enfermedad”, advierte Monseñor.
Está dicho ya que más de un millón de haitianos, un 10% de nuestra población, están acogidos aquí, viviendo y trabajando; que centenares o miles de parturientas haitianas alumbran aquí cada año; que de nuestros sistemas de salud y educación se benefician cientos de miles de haitianos, y que incluso usan nuestro territorio como trampolín para irse al exterior.
Pero como ha dicho el presidente Luis Abinader en todos los escenarios donde ha podido, República Dominicana no puede más con las cargas haitianas, no sin empujar a la ingobernabilidad su capacidad de prestación de servicios, ya mermada por las atrasadas, deficientes e injustas estructuras socio económicas heredadas de este primer cuarto del XXI.
Tener a nuestro país en competencia electoral complica a algunos sectores el discernimiento sobre los límites irrenunciables a nuestra soberanía y conveniencia. Sobre todo, porque un líder opositor con influencia en algunos directivos de opinión pública, un aspirante impenitente y desahuciado ya por el electorado, juega a que las tensiones con Haití lo favorezcan en sus alucinadas ambiciones -por aquello de en mar revuelta ganancia de pescadores.
Pero lo que es la gran mayoría del pueblo, cuantas veces le preguntan, aprueba las correctas, serenas y firmes políticas del presidente Luis Abinader sobre el último capítulo del largo conflicto que nos crean los haitianos.
De modo que, con su serio y enjundioso pronunciamiento, a propósito de la conmemoración 180 aniversario de la batalla del 30 de marzo, que aseguró nuestra independencia, monseñor Rodríguez, arzobispo de Santiago, se coloca del lado de la historia y no está solo.
Ni clama en el desierto.