Aporte
Uno de los eslabones más difusos del relato histórico dominicano del siglo XX es el devenir del exilio político antitrujilista: se trata de un terreno plagado de grietas y zonas oscuras. Aunque se han realizado contribuciones de valía para llenar esos vacíos todavía la historiografía dominicana no cuenta con una cartografía clara de lo que fue ese exilio, huida y espanto, que se manifestó desde el inicio mismo de la dictadura de Trujillo y que se mantuvo goteando escapes de ciudadanos hasta el final del régimen que es cuando se inicia el retorno de los que habían sobrevivido allá afuera. Algunos incluso empezaron a llegar con sus hijos, esposos y esposas. Venían por primera vez al país de donde habían salido sus padres por razones estrictamente políticas. Esa historia no ha sido contada de manera orgánica –si eso es posible– aunque se ha avanzado, pero las contingencias metodológicas, interpretativas, documentales y orales siempre pueden traer elementos nuevos. No digo nada original: estos huecos han sido señalados por Bernardo Vega y Roberto Cassá y ambos, junto a la también historiadora Mu-Kien Adriana Sang, han hecho esfuerzos y contribuciones encomiables por llevar luz a esos agujeros.
Quien escribe ha hurgado por años en publicaciones y documentos inéditos que hacen referencia directa o circunstancial a ese periodo de nuestra historia.También ha realizado entrevistas a protagonistas directos, allegados y familiares de algunos de esos exiliados, pero todavía no ha sido posible formar un panorama claro de lo que significó esa experiencia traumática. Se carece de cuadros-escenas informativos que concierten versiones de esa existencia errante colectiva que se mantuvo nómada por casi los 31 años que duró la dictadura. Aun así, en los textos examinados hay numerosos indicios para formarnos una idea más amplia de lo que significó ese exilio, casi siempre lleno de peligros, inseguridades e intrigas de todo tipo. Sospechamos que hay mucha información que todavía se mantiene en los archivos familiares y otra a la que nunca tendremos acceso porque simplemente se perdió o fue desaparecida intencionalmente por los organismos de seguridad de entonces: no todo se llega a saber en este mundo, hay quienes se llevan muchos secretos a la tumba.
En algunos de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y los de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores de la República Dominicana, recopilados y publicados respectivamente por Bernardo Vega y Mu-Kien Sang, aunque vistos mayormente desde las perspectivas de los vigilantes y los perseguidores oficiales hay señales reveladoras de por dónde se desplazó una parte notable de ese exilio y de las dificultades personales y colectivas que tuvieron que afrontar y sufrir esa pléyade de dominicanos y dominicanas comprometidos con derrocar el régimen e iniciar un proyecto de apertura a la democracia representativa y liberal. Hay también en estos escritos huellas de los que aspiraban desde la lejanía, y en alianza con la oposición interna, a abolir al régimen trujillista y de llevar a cabo una revolución de disposiciones marxistas en el contexto de la Guerra Fría. Es casi innecesario recordar que tanto el Partido Revolucionario Dominicano, el Movimiento Popular Dominicano y el Movimiento de Liberación Dominicana, entre otras organizaciones, nacieron en el destierro y fue desde esa distancia que pensaron y diseñaron sus primeros programas para refundar el país en todos los órdenes una vez eliminado el régimen.
Aun las hazañas valientes y heroicas realizadas por el exilio dominicano antitrujillista, que muchas veces contó con el apoyo y la solidaridad internacional, lo cierto es que tanto su movilidad como su posibilidad de acción fueron llevadas a cabo en condiciones muy precarias. Ahí están las experiencias fallidas del Mariel (1934, aunque casi imperceptible), Cayo Confites (1947), Luperón (1949) e incluso la invasión del Movimiento de Liberación Dominicana por Constanza, Maimón y Estero Hondo (1959) ensambladas mayormente en Cuba, aunque algunas de ellas contaron con voluntarios de otros países. Estas iniciativas fueron movedizas no solo por los conflictos estratégicos y las disputas personales internas, sino también debido a la eficacia de los sistemas de extensiones represivas que creó Trujillo a través de sus consulados, las embajadas, y la Secretaría de Relaciones Exteriores, entre otros recursos, y en cónclave muchas veces con el mundo gansteril y el apoyo eficiente de las técnicas del espionaje internacional. De ahí entonces la necesidad de leer, releer los textos existentes y escuchar los testimonios con suma atención y suspicacia.
En las contrainsurgencias de Trujillo hacia el exilio, ya fuera a través de informes secretos o asistencia de sus funcionarios o foros internacionales a defender la dictadura, confluyeron intelectuales de la altura y valía de Manuel Arturo Peña Batlle, Joaquín Balaguer, Héctor Inchaústegui Cabral y Tomás Hernández Franco, entre otros. A estos hay que sumarles las agresiones directas de baladrones de la baja calaña de Féliz W. Bernandino y Johnny Abbes, por solo mencionar algunos. Las luchas internas de los propios exiliados, el espionaje, la difamación, el atentado, la persecución, el asesinato y hasta el secuestro mismo fueron obstáculos para que los exiliados dominicanos antitrujillistas lograran una mayor libertad y coherencia pragmática y programática de sus acciones. Pero aun así una cuantía significativa de este exilio se tomó los riesgos que tenía que tomarse y apostó a la posibilidad de derrocar al régimen trujillista a través de las armas en varias ocasiones.
Muchos de los combates de ese exilio, aunque fragmentados y difusos, han sido divulgados a través de libros de memorias, relatos orales, reportajes e incluso documentales. En esa dirección el reciente epistolario entre Ángel Morales y Sumner Welles que acaba de publicar el AGN, de la autoría de Bernardo Vega, es una aportación cardinal para escudriñar parte de la ruta que recorrió ese exilio. Ello porque Carlos Morales vivió más de 20 años en el exilio y se convirtió en centro de muchos de sus movimientos. Welles, autor del libro La Viña de Naboth, fue un alto funcionario de Estados Unidos en el país y América Latina convertido con ciertas paradojas en antitrujillista, que muchas veces fungió como colaborador y consejero de Morales. A ambos les unió una gran amistad. En Morales tenemos una figura capital de la primera capa de exiliados. No obstante ello se trata de dos miradas que deben ser corroboradas y confrontadas con otras versiones de muchos de los personajes y situaciones referidos en las correspondencias entre ambos. Estas cartas abren nuevas posibilidades interpretativas e investigativas de lo que fue ese errar y sentido de lejanía-cercanía de ese exilio.
En el corpus del exilio dominicano antitrujillista se pueden identificar al menos tres capas: una que cubre toda la década del 30, otra que abarca parte de la década del 40 y 50 y una tercera que arropa parte de los años 50 y que se extiende hasta la antesala de los meses finales de la dictadura. Cada una de ellas tiene sus figuras representativas que si no mencionamos es por falta de espacio. Ahora bien, hay otros dos exilios más: se trata del exilio que se inicia a partir de la muerte de Trujillo en 1961. Es un exilio al revés: los perseguidores trujillistas pasaron a ser los aterrados y perseguidos, aunque esta vez, contrario a los antitrujillistas, estos salieron con las arcas llenas de dinero y reservas enormes en los bancos extranjeros. Una excepción de los exiliados antitrujillistas lo fue Juancito Rodríguez, quien pudo sacar del país en 1946 más de un millón de dólares, dinero con el que se financió la compra de armas para la invasión de Cayo Confites en 1947.
El otro exilio postrujillista es el que se genera en los 12 años de Balaguer (1966-1978): se trata de aquellos sectores provenientes mayormente de las izquierdas y del liberalismo que le hizo resistencia al proyecto balaguerista. Si en las narrativas del exilio antitrujillista hay vacíos en estos dos últimos hay muchos más huecos. La importancia de Ángel Morales es que este vivió casi todas las etapas del exilio antitrujillista (murió en 1959) y que siempre fungió, con sus altas y sus bajas, como figura protagónica y de confluencia. Los intercambios entre Morales y Welles suplen carencias de las crónicas del exilio antitrujillista y sirven para suministrar versiones propias y vincular muchos cabos sueltos. Solo habría que revalidar si las referencias a otros exiliados y situaciones registradas en este texto doble se sostienen. Lo más evidente por ahora es que más allá de las revisiones a las que puedan ser sometidas estas cartas son una aportación meritoria para el estudio del laberinto que ha significado la historia del exilio antitrujillista.