Hacía muchos años que no lo veía. Lo conocí en los años cincuenta y tantos en la Escuela Normal de Varones. Era entonces un tipo de piel cobriza, fornido y seguro de sí mismo. Hablaba de todas las cosas con energía: – “no lo despinta nadie, sacaré un cien en álgebra”; “te garantizo que Ercilia está más buena que Carmita”; “Fidel Castro hará una revolución que se extenderá por todo el mundo”. Despertaba admiración en los demás muchachos: por el álgebra, por las mujeres, por la política. Ercilia y Carmita eran dos “expertas” en estudiantes que hacían “contacto” con los jóvenes en las gradas del estadio. En aquella época la prostitución conservaba ingredientes “matriarcales” y “apostólicos”.
Había llamado por teléfono para decir que deseaba hablar conmigo “el viernes próximo, en el restaurante BB”. Faltaban tres días para la cita. Tuve tiempo para rememorar los días del Servicio Militar Obligatorio, en los años finales de la dictadura de Trujillo. Los ejercicios militares se hacían en los terrenos de la escuela. Marchábamos en dos pelotones con un mosquetón Mauser, de la marca “Oviedo”, calibre siete milímetros. El instructor afirmaba tenía “un alcance” de 600 yardas. A algunos mosquetones les faltaba el cerrojo para cargar y disparar. Él aconsejaba: escoge uno sin cerrojo; pesa menos; no olvides que llevarás el mosquetón al hombro por varias horas.
Entró con un bastón al restaurante; caminó hasta la barra buscándome con ojos y cabeza. – ¡Federico, estas igual que antes, pero con el pelo blanco! ¿Cuántos nietos tienes? Me abrazó efusivamente. – Tengo seis nietos y, desde luego, no puedo estar igual que antes. Me llevo bien con mis nietos. – Leo tus escritos agridulces del periódico; sentémonos aquí. Por favor, tráigame dos whiskys con hielo, uno para enseguida y otro para que se vaya licuando.
El camarero miró a mi amigo y sonrió. -No sabe este tipo que es al tercer trago cuando movilizo el cerrojo y empiezo a disparar. Miré su cara, arrugada alrededor de los ojos y en la frente, la cejas encrespadas, la boca sonriente. Entonces me puso la mano en el hombro. -Quería verte para recomendarte disfrutes la Navidad. Bebe tu trago feliz, no sabemos si será nuestra última Nochebuena.