Cuando los veo saltarse la luz roja de un semáforo, subiéndose por las aceras, metiéndose en vía contraria o haciendo piruetas suicidas entre las largas filas de vehículos que forman los tapones nuestros de todos los días, se reafirma mi convicción de que en este país no hay autoridad que pueda meter en cintura a los motoristas, que no respetan ni la ley de gravedad.
Puede leer: Larga espera
Por eso todo aquel que diga que los someterá al orden está faltando a la verdad, hablando por hablar o para hacer bulto en los medios y redes sociales, y como todo el mundo lo sabe nadie se lo va a creer. Alguien debió advertírselo con tiempo al director del Intrant, el ingeniero Milton Morrison, quien luego de varias exhortaciones públicas, como la que hizo recientemente de que les devolverá los motores el próximo mes de enero a los que violen la ley en estos días pascueros, ha terminado dándose cuenta de que eso no funciona, que los motoristas no escuchan razones ni se llevan de consejos, y reconociendo que se trata de una problemática que está fuera de control. Y tiene razón. Hay 3,298,697 motocicletas registradas y una cantidad indeterminada, que nadie sabe cuántas son, sin registrar, lo que hace que uno piense que no hay forma humana de controlar a tantos infractores de la ley, lo que talvez explique que los agentes de la Digesett se hayan desentendido del problema.
“El tema de los motoristas es que los vamos a llevar a que cumplan con la ley; tienen que demostrar que conducen bien, y si no aplicarle el régimen de consecuencias”. Todos quisiéramos, porque estamos realmente hartos de los motoristas, que el funcionario pueda pasar del declaracionismo a las acciones puntuales, que la autoridad se haga sentir con firmeza y determinación aunque sin abusos ni atropellos, pero todos somos conscientes también de que entre el dicho y el hecho hay un enorme trecho que nuestras autoridades, al menos hasta ahora, han demostrado que no están dispuestas a recorrer. Y mucho menos en Navidades, tiempo de amor y paz.