Muerte moral, una práctica en ascenso

Muerte moral, una práctica en ascenso

Valentín Pérez

“El poder que posee quien maneja un micrófono y otros medios de difusión, en muchas ocasiones, resulta ser más devastador que lanzar una bomba de hidrógeno en una zona habitable”.

Durante la década de los años setenta, surge en Buenos Aires, Argentina, una Asociación denominada “Las “Madres de la Plaza de Mayo” cuya ideología se fundamentaba en recuperar con vida, a sus hijos desaparecidos durante el gobierno del dictador Jorge Rafael Videla (1976-1981), quien mantuvo un régimen de opresión, básicamente contra jóvenes, que pedían a gritos el fin de la dictadura y el surgimiento de un Estado de Derechos, donde la libre expresión del pensamiento, ocupara un lugar preponderante en ese país Sudamericano.

Esta corriente ideológica, surgida en las entrañas mismas de un pueblo oprimido, se extendió por varios países Latinoamericanos, cada vez con más intensidad, donde el despotismo luchaba por ganar espacios y los sátrapas gobernaban con poder casi omnipresente. Tal es el caso, de Augusto Pinochet en Chile, ideólogo del Plan Cóndor, conjuntamente con la CIA, que consistió en la unión de varios países del Sur de América, procuraba cazar como animales, a quienes no comulgaban con sus gobiernos. El resultado de esta macabra organización, dejó más de cincuenta mil muertos, treinta mil desaparecidos y unos cuatrocientos mil presos. En República Dominicana, no fue diferente, los doce años del Dr. Balaguer, representaron para esa generación, una época funesta, donde las persecuciones y asesinatos políticos consternaban la población.

El Dr. Joaquín Balaguer, siempre simuló, haber obtenido sus victorias electorales de forma democrática, pero sus barbaries hablaban por sí solas, por lo que desató una casería despiadada contra una juventud reprimida de sus libertades. El desasosiego y posible desestabilización hacia su gobierno que le provocaba esa pléyade de jóvenes lúcidos, no le dejó más opciones que desaparecerles físicamente, entre ellos el dirigente estudiantil Amín Abel Hasbúm, El periodista Orlando Martínez y el líder del Movimiento Revolucionario “Los Palmeros” Amauris Germán Aristy, entre otros. Con el paso de los años y un gobierno excesivamente manchado, el viejo caudillo entendió, que esa práctica de eliminar físicamente a sus opositores no era bien vista ante los ojos del mundo y prefirió “Asesinarles Moralmente”.

Tal es el caso del Dr. José Francisco Peña Gómez, una de las figuras políticas más influyentes, no sola del país, también de Latinoamérica, el cual fue vilipendiado, perseguido, humillado, y enrostrado por el Dr. Joaquín Balaguer, por tener un idealismo político liberal y ser un férreo opositor al sistema instaurado por el caudillismo Balaguerista. En varias ocasiones, presenciamos a un Peña Gómez desalentado, e incluso, admitió su impotencia y por lapsos cortos de tiempo le vimos amilanarse. Balaguer, marca el final e inicio, de dos épocas horrorosas, por una parte “El asesinatos en masas de jóvenes esplendorosos” y Por otra, quizás más cruel y despiadada “La Muerte Moral de sus adversarios”.

Esto ha evolucionado, al punto que hoy la tendencia es dirimir en los medios de comunicaciones y consolidar la destrucción del sujeto mediante «Muerte Moral», no interesa, si el adversario es culpable o inocente (esto no importa) lo realmente importante es, mediante una campaña mediática de hechos ciertos, falsos o viciados, lograr reducirlo a poco o nada, a él y su familia. Darle muerte moral, les ahorra los inconvenientes de liquidarlo, pero les garantiza que el sujeto señalado sea un ciudadano dócil, hosco, y en muchos casos huidizo.

Su vida social y la de su familia se reducen a cenizas. El muerto moral, sigue caminando, comiendo, trabajando, e incluso duerme, pero espiritualmente está destruido por el trabajo del medio calumniador. Ya no hace falta desaparecerles físicamente, son doblegados o asesinados abusivamente en su moral, hasta el punto que se extinguirá en vida. Pero no solo desaparece el muerto moral, también desaparece la oposición al poderoso que controla un medio de comunicación pujante, pero malintencionado.

Estamos ante el umbral, en la que el debate de ideas, dejará de ser importante para cualquier contienda futura para quien maneje con capacidad elegante esta nueva práctica de dictadura bestial. La libertad de opiniones, debe llevarse a cabo con responsabilidad, pero el poder desconoce esto. Tampoco el poder debe concernirles a los periodistas, comunicadores, hacedores de opiniones y demás (los periodistas profesionales usualmente no deshonran). El poder es un asunto de los dueños de medios, que no son periodistas.

Es preocupante, ver cómo se destruye y mancillan reputaciones solo por obtener preponderancia social. La satisfacción del profesional de la comunicación, se ha reducido al recibimiento de vítores. Ya no importa informar, más bien desprestigiar públicamente al sujeto, con argumentos reales o no. Por esta y muchas razones, debe primar el sentido de la responsabilidad profesional, pues, “El poder que posee quien maneja un micrófono y otros medios de difusión, en muchas ocasiones, resultar ser más devastador que lanzar una bomba de hidrógeno en una zona habitable”.

¿Hacia dónde vamos?